jueves, 18 de mayo de 2017

ROSA DE LIMA EN TRES TRADICIONES DE PALMA: El rosal, los mosquitos y Quive

ROSA DE LIMA EN TRES TRADICIONES DE PALMA: El rosal, los mosquitos y Quive

El IV Centenario del tránsito celestial de nuestra Santa Rosa me lleva a retomar la siempre deliciosa prosa del socarrón criollo que es don Ricardo Palma. Como introducción les comparto la lograda síntesis de Alex Ortiz Alcántara en la web de la UNMSM, para que –en la versión de Cervantes Virtual- las gocen tal cual.  El rosal de Rosa, Los mosquitos de Santa Rosa y Esquive vivir en Quive; éste, por cierto, tan lejos de la realidad, pues Santo Toribio fue lo más opuesto a la murmuración o la maldición, y los canteños –con el apoyo de los PP. Vicentinos- sí que han cuidado la casa de la Santa.

ROSA DE LIMA EN LAS TRADICIONES DE RICARDO PALMA

Ricardo Palma dedica tres de sus tradiciones a la figura de Santa Rosa; una cuando la adolescente Rosa está en Quive, las otras dos pertenecen a su etapa de recogimiento en la ermita del huerto. En estas historias se presenta a la Santa con todo el sabor criollo que le fue tan peculiar, de esa Lima que era su patria y que ella adoraba. Son semblanzas inspiradas en pasajes de la vida de la Santa que los diferentes biógrafos recogen, a las cuales las envuelve el aire místico y misterioso que Palma da a las estampas limeñas antiguas sin dejar de lado la anécdota y los escapes tan ingeniosos y picarescos propios del temperamento limeño.

Esquive vivir en Quive

En esta tradición de Ricardo Palma se cuenta la explicación del refrán tan popularizado en el siglo XIX como fue: "Esquive vivir en Quive". Por los años en que la familia Flores Oliva residió en Quive, población de la provincia de Canta, pasó por ahí el Arzobispo de Lima Toribio de Mogrovejo en recorrido de evangelización, impartiendo a los fieles el sacramento de la confirmación. Fue advertido por el por el párroco de la poca fe en la doctrina católica de los naturales. Ya en la iglesia encontró sólo tres niños, entre ellos una niña, Rosa. Luego de la ceremonia salió desmoralizado de la iglesia y otros niños lo insultaron en quechua. Santo Toribio de Mogrovejo no los bendijo, sino murmuró: "¡Desgraciados! ¡No pasaréis de tres!". Desde esa fecha han sucedido en Quive innumerables calamidades por lo que ha quedado prácticamente deshabitado, a no ser por tres familias que han quedado. Ricardo Palma termina esta tradición señalando la falta de cuidado de los canteños para la conservación de la casa que ocupó Santa Rosa.

El rosal de Rosa

Este escrito de Ricardo Palma explica la presencia de las primeras rosas en Lima. La casa de la familia de la Santa colindaba por la parte de atrás con el hospital del Espíritu Santo, lugar donde los marinos españoles "pagaban la chapetonada" de llegar a América (enfermaban de terciana y disentería). Este era al principio un terreno sin finalidad alguna hasta que Rosa lo convirtió en su "huerto y jardinillo". De él brotaron espontáneamente rosas a pesar de que era sabido que en el nuevo mundo no se conocían los esas plantas: "Las rosas no se producían en el Perú, pues según lo afirma Garcilaso en sus Comentarios Reales, los jazmines, mosquetas, clavelinas, azucenas y rosas no eran conocidos antes de la conquista". Y se pusieron de moda no sólo para embellecer sino también para curar; los médicos encontraban propiedades medicinales en sus hojas secas. Mendiburu asegura que las primeras rosas que hubieron en Lima fueron las del jardín del Espíritu Santo, confundiéndose este jardín con el de Santa Rosa.

Se cuenta la anécdota de que el Papa Clemente IX al sentir una ligera desconfianza de que hubiera una Santa limeña murmuró: "¿Santa? ¿Y limeña? ¡Hum, hum! Tanto daría una lluvia de rosas". Y rosas perfumadas cayeron sobre la mesa.

Como colofón de esta historia se cuenta que cuando canonizaron a la Santa las calles de Lima se adoquinaron en plata y los propietarios de la casa donde estaba el huerto lo cedieron para hacer el santuario de Rosa. Su rosal fue trasplantado al convento de los padres dominicos.

Los mosquitos de Santa Rosa Esta tradición cuenta la afinidad que tenía Rosa de Lima con los animalitos de Dios. En el huerto que habitaba la Santa se formaban pequeños pantanos en los cuales había infinidad de mosquitos. Rosa hico un pacto con ellos: ella no los molestaba y ellos no la molestaban. Ese pacto se cumplió e incluso juntos alababan a Dios, ellos obedecían a Santa Rosa.

Un día la visitó una beata llamada Catalina, la cual al verse atacada por los mosquitos de una manotada mató uno. Rosa le dijo que no los mate y ordenó a estos bichos que no molestaran a su amiga. En efecto, ninguno volvió a picar a la beata. En otra oportunidad se dice que castigó a la beata Frasquita Montoya, que nunca se acercaba a la ermita por miedo a que la picasen. Rosa mando a tres mosquitos a que la picasen en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y así sucedió.

El remate de esta historia se refiere a un gallo que tenía Rosa y que era su engreído "por lo extraño y hermoso de la pluma". Un día éste enfermó y su madre le dijo que había que matarlo. Rosa de Santa María lo cogió y acarició diciendo: "Pollito mío, canta de prisa, pues si no cantas te guisa", el gallito se sacudió y soltó un sonoro "Quiquiriquí (¡Que buen escape el que di!) Quiquiricuando (Ya voy, que me están peinando)".

Reseña de Alex Ortiz Alcántara http://sisbib.unmsm.edu.pe/Exposiciones/SantaRosa/INDICE.HTM

ArribaAbajoEl rosal de Rosa

(A mi hija Augusta)

Ilustración

Por los años de 1581, el griego Miguel Acosta y los navieros y comerciantes de Lima hicieron una colecta que, en menos de dos meses, subió a cuarenta mil pesos, para fundar un hospital destinado a la asistencia de marineros, gente toda que, al llegar a América, pagaba la chapetonada, frase con la que nuestros mayores querían significar que el extranjero, antes de aclimatarse, era atacado por la terciana y por lo que entonces se llamaba bicho alto y hoy disentería.

Establecióse así el hospital del Espíritu Santo, suprimido en 1821, y que desde entonces ha servido de Museo Nacional, de colegio para señoritas, de Escuela Militar, de Filarmónica, de cuartel, de comisaría, etcétera, etc. Los pontífices acordaron al hospital del Espíritu Santo gracias y preeminencias que no dispensaron a otros establecimientos de igual carácter en Lima.

Al respaldo del sitio en que se edificó el hospital quedaba un lote espacioso, en el cual el propietario Gaspar Flores edificó toscamente (que don Gaspar no era rico para emprender lujosa fábrica) unos pocos cuartuchos, en uno de los cuales naciera el 30 de abril de 1586 su hija Isabel, o sea Santa Rosa de Lima, siendo pontífice Sixto V, rey de España y   —22→   sus colonias Felipe II, arzobispo de Lima Toribio de Mogrovejo y gobernando la Real Audiencia, por muerte del virrey don Martín Enríquez el Gotoso, aquel que, después de veintiún meses de gobierno, se fue al mundo de donde no se vuelve sin haber hecho nada de memorable en el país. Fue de los gobernantes que, en punto a obras públicas, realizan la de adoquinar la vía láctea y secar el Océano con una esponja.

Gran espacio de terreno ocioso quedaba en el casarón de don Gaspar Flores, que su hija supo convertir en huerto y jardinillo.

Por aquel siglo, más afición tenían en Lima al cultivo de árboles frutales que a la floricultura, y tanto que, en los jardines domésticos, que públicos no los había, apenas si se veían plantas de esas que no reclaman esmero. La flor de lujo era el clavel en toda su variedad de especies.

Las rosas no se producían en el Perú; pues según lo afirma Garcilaso en sus Comentarios Reales, los jazmines, mosquetas, clavelinas, azucenas y rosas, no eran conocidas antes de la conquista. Grande fue, pues, la sorpresa de la virgen limeña cuando se encontró con que espontáneamente había brotado un rosal en su jardinillo; y rosal fue, que de sus retoños se proveyeron las familias para embellecer corredores, y las limeñas para adornar sus rizas, negras y profusas cabelleras.

Y tan a la moda pusiéronse las rosas, que el empirismo médico descubrió en ellas admirables propiedades medicinales; y las hojas secas de la flor se guardaban, como oro en paño, para emplearlas en el alivio o curación de complicadas dolencias. Mendiburu, en su artículo Lozano, dice que las primeras rosas que se produjeron en Lima fueron las del jardín del Espíritu Santo, confundiendo ésta, por la vecindad, con el de nuestra egregia limeña.

Cuentan que cuando en 1668 presentaron al Papa Clemente IX el expediente para la beatificación de Rosa, no supo disimular el Padre Santo una ligera desconfianza, y murmuró entre dientes:

- ¿Santa? ¿Y limeña? ¡Hum, hum! Tanto daría una lluvia de rosas.

Y milagro fue patente, porque perfumadas hojas de rosa cayeron sobre la mesa de Su Santidad.

Añaden que nació de este incidente el entusiasmo del Papa por Rosa de Lima; pues en dos años expidió, amén del breve para su beatificación (12 de febrero de 1669), otros seis en honor de nuestra compatriota. El último fue nombrándola patrona de Lima y del Perú, y reformando la constitución de Urbano VIII para acelerar los trámites de canonización, la que realizó su sucesor, Clemente X, en 1671, junto con la de San Francisco de Borja, duque de Gandía y general de los jesuitas. Santa Rosa fue canonizada a los cincuenta y cuatro años de su fallecimiento.

Muerto Clemente IX en diciembre de 1669, hallóse en su testamento   —23→   un fuerte legado para construir en Pistoya, su ciudad natal, una espléndida capilla a Santa Rosa de Lima.

El dominico Parra, en su Rosa Laureada, impresa en Madrid en 1760, dice que la primera firma que, como monarca, puso Felipe IV, fue para pedir la beatificación de Rosa; y añade que el 7 de octubre de 1668, día en que celebraron los madrileños las fiestas de beatificación, se vio lucir una estrella vecina al sol.

Cuando en febrero de 1672, siendo virrey el conde de Lemus, marqués de Sarriá y duque de Taurifanco con grandeza de España, se efectuaron las fiestas solemnes de canonización, las calles de Lima fueron pavimentadas con barras de plata, estimándose, según lo afirman cronistas que presenciaron las fiestas, en ocho millones de pesos el valor de ellas y el de las alhajas que adornaban los arcos y altares.

Fue entonces cuando don Pedro de Valladolid y don Andrés Villela, propietarios a la sazón de la casa y jardinillo, cedieron el terreno para que en él se edificase el Santuario de Rosa de Lima.

El rosal que ella cultivara se trasplantó al jardín que tienen los padres dominicos, en el claustro principal de su convento.

Ilustración

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 Los mosquitos de Santa Rosa

Cruel enemigo es el zancudo o mosquito de trompetilla, cuando le viene en antojo revolotear en torno de nuestra almohada, haciendo imposible el sueño con su incansable musiquería. ¿Qué reposo para leer ni para escribir tendrá un cristiano si en lo mejor de la lectura o cuando se halla absorbido por los conceptos que del cerebro traslada al papel, se siente interrumpido por el impertinente animalejo? No hay más que cerrar el libro o arrojar la pluma, y coger el plumerillo o abanico para ahuyentar al mal criado.

Creo que una nube de zancados es capaz de acabar con la paciencia de un santo, aunque sea más cachazudo que Job, y hacerlo renegar como un poseído.

Por eso mi paisana Santa Rosa, tan valiente para mortificarse y soportar dolores físicos, halló que tormento superior a sus fuerzas morales era el de sufrir, sin refunfuño, las picadas y la orquesta de los alados musiquines.

Y ahí va, a guisa de tradición, lo que sobre tema tal refiere uno de los biógrafos de la santa limeña.

Sabido es que en la casa en que nació y murió la Rosa de Lima hubo un espacioso huerto, en el cual edificó la santa una ermita u oratorio destinado al recogimiento y penitencia. Los pequeños pantanos que las aguas de regadío forman, son criaderos de miríadas de mosquitos, y como la santa no podía pedir a su Divino esposo que, en obsequio de ella, alterase las leyes de la naturaleza, optó por parlamentar con los mosquitos. Así decía:

-Cuando me vine a habitar esta ermita, hicimos pleito homenaje los mosquitos y yo: yo, de que no los molestaría, y ellos, de que no me picarían ni harían ruido.

Y el pacto se cumplió por ambas partes, como no se cumplen... ni los pactos politiqueros.

Aun cuando penetraban por la puerta y ventanilla de la ermita, los bullangueritos y lanceteros guardaban compostura hasta que, con el alba, al levantarse la santa, les decía:

- ¡Ea, amiguitos, id a alabar a Dios!

  —25→   

Y empezaba un concierto de trompetillas, que sólo terminaba cuando Rosa les decía:

-Ya está bien, amiguitos: ahora vayan a buscar su alimento.

Y los obedientes sucsorios se esparcían por el huerto.

Ya al anochecer los convocaba, diciéndoles:

-Bueno será, amiguitos, alabar conmigo al Señor que los ha sustentado hoy.

Y repetíase el matinal concierto, hasta que la bienaventurada decía:

-A recogerse, amigos, formalitos y sin hacer bulla.

Eso se llama buena educación, y no la que da mi mujer a nuestros nenes, que se le insubordinan y forman algazara cuando los manda a la cama.

No obstante, parece que alguna vez se olvidó la santa de dar orden de buen comportamiento a sus súbditos; porque habiendo ido a visitarla en la ermita una beata llamada Catalina, los mosquitos se cebaron en ella. La Catalina, que no aguantaba pulgas, dio una manotada y aplastó un mosquito.

- ¿Qué haces, hermana? -dijo la santa-. ¿Mis compañeros me matas de esa manera?

-Enemigos mortales que no compañeros, dijera yo -replicó la beata-. ¡Mira éste cómo se había cebado en mi sangre, y lo gordo que se había puesto!

-Déjalos vivir, hermana: no me mates ninguno de estos pobrecitos, que te ofrezco no volverán a picarte, sino que tendrán contigo la misma paz y amistad que conmigo tienen.

Y ello fue que, en lo sucesivo, no hubo zancudo que se le atreviera a Catalina.

También la santa en una ocasión supo valerse de sus amiguitos para castigar los remilgos de Frasquita Montoya, beata de la Orden Tercera, que se resistía a acortarse a la ermita, por miedo de que la picasen los jenjenes.

-Pues tres te han de picar ahora -le dijo Rosa-, uno en nombre del Padre, otro en nombre del Hijo y otro en nombre del Espíritu Santo.

Y simultáneamente sintió la Montoya en el rostro el aguijón de tres mosquitos.

Y comprobando el dominio que tenía Rosa sobre los bichos y animales domésticos, refiere el cronista Meléndez que la madre de nuestra santa criaba con mucho mimo un gallito que, por lo extraño y hermoso de la pluma, era la delicia de la casa. Enfermó el animal y postróse de manera que la dueña dijo:

-Si no mejora, habrá que matarlo para comerlo guisado.

  —26→   

Entonces Rosa cogió el ave enferma, y acariciándola, dijo:

-Pollito mío, canta de prisa; pues si no cantas te guisa.

Y el pollito sacudió las alas, encrespó la pluma, y muy regocijado soltó un

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Tradiciones peruanas. Séptima serie / Ricardo Palma


ArribaAbajoEsquive vivir en Quive

A poco más de quince leguas de Lima, vense las ruinas de una población que en otro tiempo debió ser habitada por tres o cuatro mil almas, a juzgar por los vestigios que de ella quedan.

Hoy no puede ni llamarse aldehuela, pues en ella sólo viven dos familias de indios al cuidado de un tambo o ventorrillo y de la posta para el servicio de los viajeros que se dirigen al Cerro de Pasco.

Amigo, esquive vivir en Quive era un refrancillo popularizado, hasta principios de este siglo, entre los habitantes de la rica provincia de Canta. Y como todo refrán tiene su porqué, ahí va, lector, lo que he podido sacar en claro sobre el que sirve de título a esta tradicioncita:

Por los años de 1597 habitaba en Quive don Gaspar Flores, natural de Puerto Rico y ex alabardero de la guardia del virrey, administrador de una boyante mina del distrito de Araguay, mina que producía metales de plata cuyo beneficio dejaba al dueño doscientos marcos por cajón. Acompañaban al administrador su esposa doña María Oliva y una niña de once años, hija de ambos, llamada Isabel, predestinada por Dios para orgullo y ornamento de la América, que la venera en los altares bajo el nombre de Santa Rosa de Lima.

Como sus vecinos de Huarochirí, los canteños fueron rebeldes para someterse al yugo de la dominación española, dando no poco que hacer a don Francisco Pizarro; y como aquéllos, se mostraron también harto reacios para aceptar la nueva religión.

En 1597 emprendió Santo Toribio la segunda visita de la diócesis, y detúvose una mañana en Quive para administrar a los fieles el sacramento de la confirmación. El párroco, que era un fraile de la Merced, habló al digno prelado de la ninguna devoción de sus feligreses, de lo mucho que trabajaba para apartarlos de la idolatría y de que, a pesar de sus exhortaciones, ruegos y amenazas, escaso fruto obtenía. Afligióse el arzobispo   —32→   de escuchar informes tales y encaminóse a la capilla del pueblo, donde sólo encontró dos niños y una niña que, llevados por sus padres, recibieron la confirmación.

La niña se llamaba Isabel Flores.

Con ánimo abatido salió Santo Toribio de la capilla, convencido de que la idolatría había echado raíces muy hondas en Quive, cuando entre más de tres mil almas, sólo había encontrado tres familias de sentimientos cristianos.

Los muchachos, aleccionados sin duda por sus padres, esperaban al santo arzobispo en la calle, y lo siguieron hasta la casa donde se había hospedado, gritándole en quechua y en son de burla:

- ¡Narigudo! ¡Narigudo! ¡Narigudo!

Dice la tradición que su ilustrísima no levantó la mano para bendecir a la chusma, sino que, llenándosele los ojos de lágrimas, murmuró:

- ¡Desgraciados! ¡No pasaréis de tres!...

Temblores, derrumbes en las minas, pérdida de cosechas, copiosas lluvias, incendios, caída de rayos, enfermedades y todo linaje de desventuras contribuyeron a que, antes de tres años, quedase el pueblo deshabitado, trasladándose a los caseríos y aldeas inmediatas los vecinos que tras tantas calamidades quedaron con resuello

Desde entonces nunca han excedido de tres las familias que han habitado Quive; agregando el cronista de quien tomamos los principales datos de esta tradición: «Es tanta la fe que tienen los indígenas en la profecía de Santo Toribio, que por ningún interés se establecería en el pueblo una cuarta familia, pues dicen estar seguros de que morirían en breve de mala muerte».

En el censo oficial de 1876 ya no figura el nombre de Quive ni como humilde aldehuela.

¡La profecía de Santo Toribio está cumplida!

En cuanto a la casa en que vivió Santa Rosa de Lima, y que de vez en cuando es visitada por algún viajero curioso, la religiosidad de los canteños poco o nada cuida de su conservación.

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