martes, 20 de diciembre de 2016

“JOSÉ, HIJO DE DAVID, NO TEMAS TOMAR CONTIGO A MARÍA TU MUJER “

"JOSÉ, HIJO DE DAVID, NO TEMAS TOMAR CONTIGO A MARÍA TU MUJER "

Con la deliciosa imagen del capitel del Monasterio de San Juan de la Peña sobre el SUEÑO DE JOSÉ les comparto el sugestivo comentario Adviento III (Año A) Parroquia Santa Beatriz (18.12.2016) P. Ciro Quispe que ha titulado LA LEY O EL AMOR (Mt 1,18-24). Magnífica meditación para prepararnos para Navidad

 

18 El origen de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. 19 Su marido José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado. 20 Así lo tenía planeado, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. 21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». 22 Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: 23 Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros». 24 Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.

 

Son tres los personajes principales que nos impulsan, en este tiempo litúrgico, a mirar el horizonte, el porvenir, el ad-ventus; para ser exactos, son cuatro las figuras humanas del adviento: Isaías el profeta, Juan el Bautista, José el carpintero y María la jovencita virgen y prometida de José. Para ninguno de ellos fue sencillo entender los misterios de Dios, igual que para el resto de los cristianos. Muchos decaen en el intento, algunos logran dar sólo los primeros pasos y pocos son los que persisten tratando de entender el misterio divino y humano, sujetados a las pocas señales que deja el Señor en el tiempo y en la historia. Isaías anunció tiempos difíciles que él mismo no comprendía en su totalidad. El Bautista preguntaba, « ¿eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». José ante lo insospechado – lo acabamos de leer – pensaba repudiar a su prometida embarazada en privado; pensaba separarse o abandonarla en secreto (19b); y María, la jovencita frágil pero con una fe invulnerable, después de oír las palabras del ángel Gabriel, preguntó sorprendida « ¿cómo será esto, pues no conozco varón?» (Lc 1,34).

Así es, los misterios de Dios sobrepasan nuestros pensamientos. Y la misericordia de Dios no se halla entre parámetros preestablecidos, parámetros que curiosamente nos gusta fijarlos minuciosamente, al ser humano, para sentirnos seguros. Por eso, desde hace dos mil años, pensar como Dios y razonar según la lógica divina se ha convertido en el reto neotestamentario. Y benditos aquellos que lo logran. Es posible. No es utó-pico. Pregunta a los santos. Sino pregunta a estos cuatro personajes, tan humanos como nosotros, que aprendieron poco a poco a caminar en los misterios de Dios, a entender los proyectos divinos y a pensar según la lógica misericordiosa de Dios. Este es el verdadero desafío para cualquier cristiano. La lógica humana, en cambio, no conlleva esta provocación. Escucha a los filósofos y entenderás el por qué. Pon un poco de atención a los científicos y los comprenderás. Oye a los políticos, sobre todo estos días, enredados con sus lúcidos razonamientos malévolos, y observarás hacia dónde va la lógica humana. En cambio, ¡Qué distinta es la lógica divina! ¡Qué misterioso es su raciocinio¡ ¡Qué maravillosas son sus sendas! Al inicio se asimila con dificultad, después se convierte en deleite para el espíritu. Es verdad. Sino pregúntale a José, el joven carpintero. Él tiene una historia que contarte. También él dudó, igual que tú; también él fue escéptico, igual que tú; también él desconfió de tanta intromisión divina, igual que tú; también él quiso escapar de los proyectos del Señor, igual que tú. José es la figura para este último domingo de adviento.

José, el novio y futuro esposo de María. Ella era su prometida. La hermosa jovencita de Nazaret que, aquel día inolvidable, cuando el ángel la saludo, le confió su secreto íntimo: «no conozco varón» (Lc 1,34).

Sí, así fue. Jamás estuvo con un hombre. Jamás tuvo relaciones a pesar de estar comprometida. Jamás, pues aún no había completado la ceremonia nupcial. Un pequeño paréntesis. La praxis matrimonial hebrea, en la época intertestamentaria, a diferencia de otros pueblos, constaba de dos momentos. El primer matrimonio se realizaba en la casa de la mujer (Qiddushin), dónde todos asistían juntamente con el sacerdote. Desde aquel momento, no sólo eran oficialmente novios sino eran ya considerados marido y mujer, tanto así que en caso de infidelidad, a la mujer se le acusaba de adúltera, y en caso de muerte del varón, ésta se convertía en viuda. Por eso, Mateo usa un lenguaje marital al referirse a ellos: «desposada», «repudiar», «María, tu mujer», «tomó a su mujer» (18.19.20). Y el segundo matrimonio se realizaba, en cambio, en la casa del varón (Nissuin), por lo general, después de un año y con una ceremonia similar. Solo a partir de ese momento con-vivían juntos bajo un mismo lecho. Otro paréntesis dentro del paréntesis. Jesús es el novio y esposo de la Iglesia. Así le presentó el Bautista (Mt 3,11) y así se presentó él mismo (Mc 2,19). La primera boda del cordero, según Marcos, se realizó durante la pasión (14,3-5,), mientras que la segunda boda, que será la definitiva y la consumación plena, se realizará en la parusía, cuando descenderá «la ciudad santa, la nueva Jerusalén, engalanada como una novia ataviada para su esposo» (Ap 21,2). Misterium salutis. Cerremos los paréntesis y volvamos a José… No solo fue un golpe duró para el joven carpintero (menos mal que fue disminuyendo la tradición popular que representaba a José como un hermoso anciano con aspecto casto y paternal), el día que se enteró que su prometida esposa esperaba un hijo. Cesó, de un momento al otro, el gozo y la felicidad, y llegaron las tinieblas para él. Aunque Mateo no lo cuenta, no dudo que fue María misma quien contó toda la historia a José. Pero éste no se tragó aquella historia inmediatamente, como es lógico. Se sentía inquieto, sorprendido y traicionado. «¡Antes de vivir juntos, María ya espera un hijo! ¿De quién? ¡No puede ser! Imposible. Inaudito. Ilógico. – razonaba humanamente el carpintero – ¿Me divorcio? ¿La acuso? O ¿La denuncio, por el bien de mi consciencia, ante las inflexibles autoridades religiosas? O ¿La abandono en secreto y voy a llorar mi pena por el resto de los días? O ¿mejor me escapó?».

La ley o el amor

Poco se subraya, pero el joven carpintero vivió la angustia del dilema. Por un lado, el cumplimiento de la justicia como manda la ley y, por otro lado, el cumplimiento del amor como manda el corazón. Blas Pascal, diferenciando la ley de la razón y la ley del corazón, decía: «el corazón tiene sus razones que la razón desconoce». ¡Atento a la balanza y a tus decisiones! ¡Observa como actuó José! Él que era «justo», lo calificó Mateo, «no quería infamarla», o sea, «no quería denunciarla públicamente a María que ya estaba encinta», a pesar que la ley lo exigía y a pesar de que él se sintió traicionado. En el mundo judío, justo es el que cumple la ley, sin embargo, José había decidido «repudiarla en secreto» (19b), que ya es un gesto de amor; es decir, había decidido soslayar el mandato de la ley por un gesto de amor. ¡Inaudito! Y dónde se abre una fisura de amor entra el Espíritu del Señor, afirma Papa Francisco en su libro El nombre de Dios es misericordia. Así es. Y así lo decidió José, que ya «lo tenía planeado» (20a). A pesar de que no podía entender humanamente tanta vejación, era su mejor decisión. Peor en Nazaret, pueblo chico, donde el chisme se propaga como pólvora y fuego. Era mejor repudiarla en secreto, abandonarla a escondidas, y así evitar su casi merecida muerte…

 

Este es el dilema. El creyente justo batallando con la misma ley de Dios para defender el amor. ¿Qué elegir, el cumplimiento estricto de la ley o aceptar la ley del amor? ¿Cómo actuar, según las normas de la conciencia o según el dictamen del corazón? ¿Cómo vivir, salvando mi propio pellejo y la tranquilidad de mi consciencia o buscar, por encima de todo, el bien del prójimo? ¿Qué hacer, quitar una vida o salvar una vida? ¿A quién obedecer, a la ley o al amor? Dilema existencial y cotidiano que vive cualquier pío cristiano. Y lo bueno de todo es que este dilema ya tiene una solución para las próximas generaciones. Lo enseñó, curiosamente, el hijo del carpintero de Nazaret… ¿Cuántas veces, frente a situaciones análogas, tu conciencia se halló frente a este dilema? ¿Cuántas veces delatar al hermano o a la hermana, al prójimo, ha sido la decisión correcta según dizque tu correcta conciencia? ¿Cuántas veces has preferido la tranquilidad de tu conciencia, en lugar de la salvar la vida del otro que ha cometido errores que tú mismo ignoras el por qué? ¿Cuántas veces en lugar de salvar una vida has dejado e incluso promovido para que la gente lapide al otro con sus comentarios? ¿Cuántas veces tu observancia escrupulosa de ley ha matado el amor? ¿Cuántas veces has servido a la ley en lugar de buscar una solución impulsada por una verdadera caridad? Mira a José. También él estuvo un día en tu lugar. Observa por qué se le llama «el justo» y por qué el Señor lo ha elegido para que proteja a su hijo y a la madre de su hijo. José, ayúdanos a prepáranos para vivir el tiempo nuevo, la nueva era, que lo inauguró, misterio de los misterios, tu propio hijo, llamado Jesús, el salvador.

 

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