martes, 19 de enero de 2016

BOECIO. Cinco Opúsculos Teológicos (Opuscula Sacra) Textos traducidos y anotados por Julio Picasso Muñoz.

BOECIO. Cinco Opúsculos Teológicos (Opuscula Sacra) Textos traducidos y anotados por Julio Picasso Muñoz. Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial 2002, pp.124

 

Sorprende que el Cono Norte de Lima, tan comentado por la audacia de albergar megacentros comerciales en estos momentos de crisis económica, acoja -a través de nuestra Universidad Católica Sedes Sapientiae-, el magisterio del humanista de Ica y catedrático de nuestra casa de estudios –Julio Picasso- que ofrece por vez primera en la historia la traducción completa de la obra maestra de Boecio, filósofo que supo abrazar la antigüedad y el medievo, el oriente y el occidente.

Y resulta más que oportuna en momentos que en la patria peruana –al igual que en tantas naciones del planeta- se ventila el ser o no ser de miles de vidas al hilo del concepto de persona que asumen sus legisladores. Como nos dice el profesor Picasso,  "de la noción de persona dependen el sentido y la estructura de los problemas de la vida espiritual, de la ética, de la sociología y de la política" (p.20). Y fue precisamente Boecio quien elaboró la definición ontológica de persona: "sustancia individual de naturaleza racional" p.87. El propio Juan Pablo II, en su obra Amor y responsabilidad. Estudio de moral sexual, Razón y fe, Madrid 1978, al definir al hombre como persona, recurre al análisis de la clásica definición de Boecio. La persona, siendo un individuo de naturaleza racional, tiene la capacidad de conocer la verdad y de querer el bien; es decir, el conocimiento y la voluntad caracterizan al ser humano en cuanto persona. Esto crea en el hombre lo que se conoce como una interioridad. Tal definición sirvió tanto para profundizar en el misterio del hombre como en el de la Trinidad. "La persona –id quod est perfestissimum in tota natura, según Santo Tomás- así definida es el fundamento de la dignidad humana y de todos los derechos y deberes del hombre" (p.20)

Nuestro personaje, Anicio Manlio Severino Boecio (480-520), fue el mentor del gran emperador bizantino Teodorico. A juicio de su traductor, "difícil será encontrar un político más inteligente y comprometido [...]y un pensador más desinteresado, elevado y enciclopédico" (p.13). Sepultado en la iglesia de San Pedro junto a San Agustín y San Teodoro, el poeta Dante le ubica en el Cielo (Paradiso, X) como maestro de la trascendencia y contrapunto de Brunetto Latino que, en el infierno, representa el intelectual que sólo busca fama mundana. Fue el maestro de la lógica y la metafísica en la Edad Media. De las 16 obras atribuidas a Boecio, los cinco opúsculos teológicos exponen la teología sirviéndose sistemáticamente de la filosofía. En el primero –Cómo las sustancias, por lo mismo que son, son buenas, sin ser bienes sustanciales- expone la bondad como propiedad trascendental del ser. El segundo –Si el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son predicados sustanciales de la Divinidad- explica las relaciones reales divinas como fundamento de la Trinidad. El tercero –Cómo la Trinidad es un solo Dios y no tres dioses- aclara la trinidad de personas frente a los herejes sabelianos (sostenían que en Dios sólo habría una sola persona, Padre, Hijo o Espíritu Santo, dependiendo del modo de comunicarse con los hombres) y su igualdad en esencia, frente a los arrianos (quienes defendían la superioridad del Padre frente al Hijo). El cuarto –Contra Eutiques y Nestorio- afirma en "hay dos naturalezas en el Cristo" p.84; "si observas al hombre, éste es también Dios porque es hombre por naturaleza y Dios por asunción. Si observas a Dios, Dios es también hombre, porque es Dios por naturaleza y hombre por asunción. En Él las naturalezas o sustancias resultan dos porque es hombre-Dios, y una persona, porque el mismo es hombre y Dios" p.104. El quinto –De la fe católica- es una optimista exposición catequética del Credo de la Iglesia "expandido por toda la tierra a partir del maravilloso advenimiento del mismo Salvador nuestro" (p.111), cuyo "único premio de la felicidad es la contemplación del Creador [...]de tal forma que, completado el número de los ángeles por los hombres, se llene aquella ciudad celestial, donde el Rey es el Hijo de la Virgen, y habrá gozo sempiterno, placer, alimento, actividad, alabanza perpetua del Creador" p.120

 Martín Grabmann lo considera como "el último de los romanos y el primero de los escolásticos". Por su parte, el profesor Picasso no duda en considerarlo como "el primer humanista" (p.18) 


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