jueves, 16 de abril de 2015

Bicentenario - La celda de Zela (Caretas 2381) por Teodoro Hampe


El ocaso de Francisco de Zela: sentencia, prisión y muerte en San Lorenzo de Chagres
El promotor y jefe del movimiento revolucionario de Tacna (1811), Francisco Antonio de Zela, era limeño de nacimiento y en la época en que pretendió combatir con las armas al poder español, desempeñaba en aquella ciudad el puesto de ensayador y balanzario. «Era ―dice Mendiburu― hombre de instrucción, de probada valentía y abrigaba sentimientos muy nobles y patrióticos, que le indujeron a desear la emancipación del Perú del dominio de España».
Cuando Zela se enteró de que La Paz había sido ocupada por el ejército de la junta de Buenos Aires, quiso ayudarle, distrayendo a Goyeneche que se encontraba a orillas del lago Titicaca, preparando su avance militar. Para realizar este propósito se puso al habla con numerosos y prestigiosos vecinos de San Pedro de Tacna, y con ayuda de los milicianos se pronunció contra la madre patria, depuso a las autoridades locales y tomó el mando de las fuerzas que habían coadyuvado a su empresa. El pronunciamiento de Zela tuvo lugar el 20 de junio de 1811, la misma fecha en que por fatal coincidencia Goyeneche derrotaba a las tropas de Castelli en la batalla de Guaqui.
Sin enterarse aún de ese desastre, el 23 de junio Zela se dirigió a la pampa de Caramolle para pasar revista a sus tropas. Al llegar fue aclamado estruendosamente y dirigió arengas como Comandante Militar de la Unión Americana, pero de un momento a otro se desvaneció y cayó del caballo. Un ataque cerebral le había hecho perder el sentido; la dolencia no era mortal, pero el movimiento quedó prácticamente acéfalo. El desconcierto y el miedo se apoderaron entonces de los tacneños. Aprovechando la coyuntura, uno de los alcaldes españoles de la localidad dio, de noche, un golpe de mano apoderándose del cuartel en que los patriotas tenían depositadas las armas y aprisionando en seguida a Zela. La captura del valeroso caudillo aumentó el desconcierto de tal suerte que, cuando llegaron desde Arica las tropas realistas, el movimiento de Tacna había sido sofocado.
El 31 de julio de 1811 Zela fue enviado al Callao y quedó por algunos días recluido en la fortaleza del Real Felipe. De aquí fue remitido a la cárcel de corte, alojada en la Real Audiencia de Lima, instancia que se encargó de juzgarlo. El proceso contra el criollo limeño duró cuatro años. El 11 de octubre de 1814 la Audiencia dictó la primera sentencia en su contra: destierro perpetuo en el presidio del Morro de La Habana (Cuba), para que sirviera en las obras públicas, a ración y sin sueldo. Pero enseguida se movieron poderosas influencias en su favor, y se obtuvo ―el 19 de abril de 1815― la conmutación de aquella pena por la de diez años de prisión en la fortaleza de San Lorenzo de Chagres, en la costa atlántica de Panamá.
El historiador Lizardo Seiner Lizárraga es quien mejor ha investigado esta última etapa de la vida del prócer. Refiere que llegó a la prisión panameña en 1815, «con cuarenta y siete años a cuestas, su salud seriamente quebrantada y en compañía de su sexto hijo José Manuel». En esa locación tropical, a los rigores del clima se sumaron las condiciones insalubres y la alimentación insuficiente. Los dolores del cuerpo fueron acrecentados con las penas del alma, pues su joven hijo, de alrededor de 12 años de edad, sucumbió rápidamente a los embates del sitio.
En junio de 2011, al conmemorarse el bicentenario de la gesta emancipadora de Zela, me tocó hacer un viaje de investigación a Panamá, bajo los auspicios del Instituto Panamericano de Geografía e Historia. Tuve en realidad poca suerte en mis pesquisas en los fondos coloniales del Archivo Nacional de Panamá, ya que estos son transcripciones de archivos españoles y solo llegan hasta el año 1700. De cualquier manera, busqué obtener mayor información de parte de los arqueólogos y otros investigadores que han trabajado los restos de la fortaleza de San Lorenzo de Chagres, por encargo del Instituto Nacional de Cultura de Panamá (INAC).
Particularmente dos de los investigadores contactados por mí, Carlos Fitzgerald y Eduardo Tejeira, ofrecieron valiosa información de primera mano. Fitzgerald me avisó de que hacía años llegó a ver en el área del celador del monumento una placa conmemorativa que había sido removida de la estructura del castillo, propiamente dicho, durante las obras de restauración de fines de la década de 1970. Pero en años posteriores se desató una «fiebre del hierro» y muchas placas y ornamentos de cementerios históricos, monumentos y otros sitios fueron depredados.
El arquitecto Eduardo Tejeira Davis fue más explícito y me señaló que «por informes del ejército de los Estados Unidos se sabe del traslado de algunas placas conmemorativas que una vez estuvieron en el castillo». Una de estas placas de metal apareció en la superficie del patio de la casa contigua al estacionamiento, con una inscripción que indicaba que el peruano Francisco Antonio de Zela había sido confinado en aquella prisión y tras de sus muros habitó hasta «que entregó su alma al Creador», presuntamente en el año 1821 (por romántica coincidencia con la proclamación de nuestra Independencia). Esta placa fue revisada y dio la siguiente medida: 67 cm x 95 cm. Sabemos con certeza que fue colocada en ocasión del sesquicentenario del primer grito de Tacna, el 20 de junio de 1961, y hoy lamentablemente no existe más.
En verdad, se desconoce la fecha exacta de la muerte de Zela, aunque ciertos historiadores especulan que ocurrió hacia mediados de 1819. El ensayador y balanzario de San Pedro de Tacna fue, pues, una de las tantas víctimas de los conatos de independencia que se dieron en el Perú antes de la expedición libertadora de San Martín, y los festejos que se han hecho en homenaje a su memoria no pueden sino contar con la adhesión de toda América.

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