martes, 22 de febrero de 2011

Fallece Bernard Nathanson: "rey del aborto, convertido en apóstol de la vida"

Pasó de practicar abortos a defender la dignidad del no nacido

Fallece Bernard Nathanson, apóstol de la vida

El Dr. Bernard Nathanson murió ayer después de una larga batalla contra el cáncer. Nathanson fue durante muchos años médico abortista en Nueva York, donde practicó más de 75.000 abortos. Al ver lo que era en realidad un aborto a través de una ecografía, se convirtió en un activista por vida. Tras ello, dedicó su vida a luchas contra el aborto y el vídeo «El Grito Silencioso» es considerado un clásico, ya que fue el primero en utilizar la tecnología de ultrasonido para demostrar que los niños no nacidos son seres humanos que merecen protección legal desde su concepción.

(Lifenews/InfoCatólica) El video que muestra a un bebé nonato huyendo durante un aborto, y su continuación titulada “El Eclipse de la Razón”, que explica en detalle los diferentes procedimientos de aborto, consagró a Nathanson como un héroe pro-vida y un auténtico converso que abriría el camino para otros como Norma McCorvey y Abby Johnson.

Lila Rose, la periodista que dirige Live Action y graba los videos secretos que muestran las felonías del negocio del aborto (como el encubrimiento de la trata sexual) dijo a LifeNews.com este lunes por la tarde que el movimiento pro-vida ha perdido uno de sus más grandes portavoces: “Hoy nuestro movimiento lamenta el fallecimiento de uno de los más grandes portavoces de la vida. El Dr. Nathanson es un testimonio de la Gracia de Dios, que puede transformar cualquier corazón en un faro de amor y verdad”.

“En su memoria, cuando se intensifica la lucha en el Congreso en estas próximas dos semanas, vamos a trabajar incansablemente para apoyar los esfuerzos valientes del Dr. Nathanson para desvelar el mal y proteger a los inocentes. Nuestros pensamientos y oraciones están con él y su familia “, dijo Rose.

Converso al catolicismo

Aunque su cambio de parecer sobre el aborto no tuvo que ver con ningún tipo de razón de orden religiosa, Bernard Nathanson acabó por convertirse al catolicismo. De ello dio testimonio en España cuando asistió a uno de los congresos "Camino a Roma" que tuvo lugar en la localidad de Ávila.

Nathanson también ganó elogios por su sinceridad al reconocer que el movimiento pro-aborto (dirigido por él como líder del grupo pro-aborto NARAL), se había inventado que un gran número de mujeres habían sido asesinadas y heridas por los abortos ilegales, en su afán por legalizar el aborto.

“Hablamos de 5.000 a 10.000 muertes al año ... Confieso que yo sabía que las cifras eran totalmente falsas .. era una cifra útil, ampliamente aceptada, así que ¿para qué molestarnos en corregirla con datos veraces?

En 1996, Nathanson escribió su autobiografía, “La mano de Dios”, en la que expuso su transformación de médico abortista y defensor del aborto a ser un pro-vida. Afirmaba, con pesar, que “Yo soy uno de los que ayudaron a traer esta era de barbarie”.

Nathanson también llamó la atención por sus comentarios sobre el tiroteo del infame médico de abortos tardíos, George Tiller, cuando dijo que le sorprendió que nunca se hubiera hecho pro-vida. “Conocí a George hace años, cuando estaba a favor del aborto”, dijo al Washington Times. “Él vino a un curso que yo estaba dando sobre la técnica del aborto en Nueva York en 1970 bajo los auspicios de NARAL. Yo también hice abortos tardíos, hasta que cambié en 1980”.

Mi cambio a favor de la vida no tuvo nada que ver con la religión”, dijo al periódico. “Tiller era un hombre que iba a la iglesia, lo cual no dice mucho en este país, pero uno se pregunta por qué nunca cambió de opinión en base a la evidencia científica. Ahí es donde yo cambié de opinión, a partir de las fetoscopias y los estudios de ultrasonido”

“Cuando empezamos a dominar la ecografía, se podía estudiar al feto y ver que era un miembro de nuestra especie. Si no lo haces, no eres más que un producto de la ideología política. En 1970 había aproximadamente 1.100 artículos sobre el feto. En 1990, había 22.000. Los datos se acumularon rápidamente y se abrió una ventana en el vientre materno “, decía Nathanson.

Al dar la noticia sobre su muerte, Stephen Vincent, del National Catholic Register, aseguró que “su testimonio en favor de la vida no podría ser fácilmente descartado como propaganda unilateral. Nathanson ya había tenido un gran prestigio entre los partidarios del aborto como co-fundador de la Asociación Nacional para la Revocación de las Leyes Aborto (ahora llamada NARAL ProChoice América), y como creador de lo que llamó el centro de mayor actividad abortista del país. Nathanson y sus colegas idearon una clínica ambulatoria independiente en la que el aborto y la recuperación no duraban más de tres horas. “

Joan Andrews Bell, una activista pro-vida, dijo al periódico: “Él será recordado como un gran defensor de los bebés. Quienes le conocíamos bien sabíamos que sentía un dolor profundo por lo que había hecho en su época de abortista. Recuerdo que ayunaba a menudo como penitencia y reparación por ello”.

 


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SALMANTINA BONIFACIA RODRÍGUEZ CANONIZADA EN OCTUBRE

Bonifacia Rodríguez de Castro y Luis Guanella serán canonizados el próximo 23 de octubre

Redacción - 22/02/2011
La Santa sede ha anunciado que la religiosa española Bonifacia Rodríguez de Castro, fundadora de la Congregación de las Siervas de San José, y el religioso Luis Guanella, fundador de las congregaciones de las Hijas de Santa María de la Providencia y de los Siervos de la Caridad, serán canonizados el próximo 23 de octubre

Ayer lunes se reunieron los cardenales de la Curia Romana en el Consistorio Ordinario público para decidir las fechas de la canonización de los beatos italianos Guido Maria Conforti (1865-1931) y Luigi Guanella, que serán beatificados junto con la religiosa Bonifacia Rodríguez de Castro en un ceremonia presidida por Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro.

La orden fundada por la religiosa española se dedica principalmente a la promoción de la mujer trabajadora en las zonas más pobres de varios países como Italia, España, Perú, Chile, Bolivia, Colombia o Papúa Nueva Ghinea.

Bonifacia Rodríguez de Castro nació en Salamanca en 1837 y dedicó su vocación a crear varios talleres para las mujeres pobres. Murió el 8 de agosto de 1905 y fue beatificada por Juan Pablo II el 9 de noviembre de 2003.

Por su parte, Luis Guanella (1842-1915) dedicó su vida a defender los derechos y la dignidad de los excluidos: personas con discapacidad intelectual, ancianos, niños y jóvenes en situación de riesgo. Los pobres, a quienes consideraba “sus dueños”, eran sus amigos, su patrimonio, su pasión y su compromiso. Con ellos se calzó zapatillas y por ellos gastó sus mejores energías. Por eso, la obra de este campeón del “Bien bien hecho”, característica de su acción pastoral , comprometida con su tiempo pero abierta al futuro, “sabe diferente”; es atractiva y muy actual. San Luis Guanella fue un hombre de ojos abiertos y corazón universal, que cambió beneficencia por profesionalidad para caminar al compás de los tiempos sin rezagar el paso, siempre preocupado por su gente y aportando razones para la esperanza. Nunca se acomodó ni temió las dificultades.

En sintonía con la Iglesia, fue párroco, educador, formador, misionero y profeta de los sin voz. Con incansable confianza invirtió su patrimonio espiritual, su intuición evangélica y su gran corazón en los fondos a plazo infinito de la Providencia. Y aunque las cuentas a veces no le salían, siguió siempre adelante con la valentía que nace de la convicción interior.

La fuerza de sus ideas contagió a otros y fundó las Hijas de Santa Maria de la Providencia y los Siervos de la Caridad que atienden a miles de personas en cuatro continentes y 21 países. La Familia Guaneliana llegó a España en 1965 y actualmente está presente en Madrid, Palencia y Santiago de Compostela, desde donde sigue apostando por ofrecer un servicio de calidad a cuantos necesitan un hogar para vivir, crecer y ser feliz.

 


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domingo, 20 de febrero de 2011

ATRIO DE LOS GENTILES, PRIMER ENCUENTRO

El rector de la Universidad de Bolonia presenta el Atrio de los Gentiles

Intervención de Ivano Dionigi

BOLONIA, miércoles 16 de febrero de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos una parte de la intervención del rector de la Universidad de Bolonia, Ivano Dionigi, en el primer encuentro del Atrio de los Gentiles, celebrado el 12 de febrero, en el aula magna de esa institución universitaria, la más antigua del mundo en funcionamiento ininterrumpido. La iniciativa, promovida por el Consejo Pontificio para la Cultura, responde a una iniciativa de Benedicto XVI.

¿Qué interrogantes me ha suscitado esta intuición del presidente del Consejo Pontificio de la Cultura?

El problema de Dios, declinado como relación entre fe y razón, ¿no es más que una ocupación "diurna" de filósofos y teólogos, psicólogos y antropólogos, o afecta a la reflexión diurna de cada uno de nosotros?

El diálogo creyentes/no-creyentes, además de demostrar la compatibilidad entre religiosidad y laicidad, ¿puede asumir formas y tonos que contribuyan a aclarar y enriquecer la originalidad y nobleza de las respectivas posiciones?

Una Universidad pública y laica, al acoger la confrontación entre el creer y el comprender, ¿abdica a su propia autonomía o más bien desempeña su propia función de institución orientada, por naturaleza e historia, a la formación y la investigación?

Estas preguntas, que pueden resumirse en el interrogante polémico de Tertuliano --"¿qué tienen en común Jerusalén y Atenas?"--, hoy están cargadas de nuevas contribuciones, nuevas dificultades, y nuevas perspectivas, sobre todo después de la llegada de dos inesperados "bárbaros": la globalización, con su profeta, Internet, y las "otras" culturas, que no pueden quedar reducidas a nuestros cánones clásicos.

Yo pienso que hablar del hombre equivale ante todo a hablar de Dios, y hablar de Dios equivale ante todo a hablar del hombre: digo esto para no para reclutar a todos en la gran tropa de los creyentes ni para limitar el discurso al Dios-hecho-hombre del cristianismo: lo digo simplemente porque ser hombres de verdad significa plantearse cuestiones últimas e interpretar la vida como un continuo interrogante y búsqueda de esa verdad que nunca es cómoda ni consoladora. Preliminarmente hay que distinguir los fines de los medios: estos últimos tan invasivos y agresivos llegan a oscurecer y sofocar a los primeros.

Las respuestas pueden ser múltiples y divergentes e incluso abiertas: el intelectual griego se resignará con el Dios desconocido; Pablo y Agustín, en medio de una vida desordenada, se convertirán al Deus patiens cristiano, puente entre el abismo del pecado y el abismo de la gracia; Marx e Nietzsche negarán a Dios por ser enemigo de la libertad y de la dignidad del hombre; Dostoyevski, considerando insoportable el sufrimiento del inocente, blasfema´a contra el nombre de Dios y le restituirá la entrada de un espectáculo indecente; Pascual, en una competida teoría de las ventajas comparadas, apostará por la existencia de Dios. Cada uno de nosotros, a su manera, por voluntad o por casualidad, acaba encontrándose cara a cara con e problema: aunque sólo sea cuando choca contra el escoyo de esa "realidad dura y contra la naturaleza que no es un bien para nadie" y que se llama muerte (Agustín, La ciudad de Dios 13, 6 "habet enim asperum sensum et contra naturam ... nulli bona est").

Y a propósito del interrogante religioso ayudará recordar también la verdadera y confortante etimología de "religio" (re-legere), que hace referencia a la "recogida paciente de las ideas", a la "evaluación continua", a la "reflexión escrupulosa", en vez de esa etimología popular y ambigua (re-ligare), que hace referencia al "lazo", al "vínculo", a la "cautividad" entre el hombre y Dios: etimología, ésta, sorprendentemente apreciada, por motivos opuestos e interesados, tanto por paganos como por los mismos apologistas cristianos.

En segundo lugar, el diálogo, es decir, "la utilización compartida (dia-) de la razón (logos)" entre creyentes y no creyentes, debe ser visto como una oportunidad recíproca. Abrirse a las razones de los demás, reflejarse en el prójimo al mismo tiempo igual y diferente, aceptar el desafío de terrenos desconocidos: todo esto constituye un homenaje y un servicio a nuestra naturaleza de seres pensantes, itinerantes, orientados a la expectativa. La ausencia de confrontación, por el contrario, hace áridos la mente y el corazón, y genera incomprensiones, pseudo-certezas, fantasmas, hasta llegar a negar y contradecir precisamente aquello en lo que se cree: ya sea la fe religiosa o laica.

En este sentido, utilizando un término utilizado a partir de la filosofía de Platón, puede haber varias "navegaciones": la natural de los científicos, la racional de los filósofos, la religiosa de los creyentes.

Con el Atrio de los Gentiles el diálogo sube a la "cátedra". Yo creo que el diálogo, sólo el diálogo, nos salvará.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina]

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LA NUEVA EVANGELIZACIÓN, SEGÚN MONSEÑOR FISICHELLA

Primera conferencia en América Latina como presidente del nuevo Consejo vaticano  

MEDELLÍN, viernes, 11 de febrero de 2011 (ZENIT.org). Publicamos la primera conferencia que ha publicado en América Latina, en la Universidad Pontificia Bolivariana, el arzobispo Rino Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, el 6 de febrero.

 * * *

Jesús de Nazaret ha querido la Iglesia para que fuera la continuación viva de su presencia en medio del mundo. En los dos mil años transcurridos desde aquel mandato de ir por el mundo entero para anunciar el Evangelio y hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra, la Iglesia nunca abandonó  esta obligación tan esencial para su propia vida. Ella ha nacido con la misión de evangelizar, y si renunciase a esta tarea, empobrecería su propia naturaleza. Anunciar el evangelio de Jesús no nos hace mejores que los otros, pero ciertamente nos impulsa a ser más responsables. Esta es una misión que se manifiesta sobre todo en un momento de crisis como el que estamos atravesando.  Estamos al final de una época que, para bien o para mal, ha marcado la historia de estos últimos siglos; estamos por entrar en una nueva era del mundo todavía incierta en sus primeros pasos y que parece vacilar por la debilidad del pensamiento. Por este motivo, el rol de los católicos adquiere mayor importancia por la riqueza de la tradición que supimos construir en el pasado. De hecho, los discípulos del Señor estamos llamados a ser "sal" y "luz" para dar sabor a la vida e iluminar a quienes están a la búsqueda de sentido. Si disminuyese esta responsabilidad, el mundo no tendría una palabra de esperanza y nosotros nos convertiríamos en insignificantes. 

El papa Benedicto XVI ha instituido el 21 de setiembre, fiesta litúrgica de san Mateo Apóstol y Evangelista, el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Una intuición que considero verdaderamente "profética", porque atiende a nuestro presente con la intención de dar una respuesta significativa a los grandes desafíos que tenemos por delante; y al mismo tiempo, con clarividencia nos obliga a mirar el futuro, para comprender de qué manera, la Iglesia deberá desempeñar su ministerio en un mundo sometido a grandes transformaciones culturales que determinan el inicio de una nueva época de la humanidad. Con este pensamiento profético, el Papa quiere dar nuevamente fuerza al espíritu misionero de la Iglesia, sobre todo en aquellos lugares donde la fe pareciera debilitarse por la presión del secularismo. Es tarea de todos nosotros fortalecer la fe.  No es opcional el dar razón de nuestro creer, sino un empeño que nos debemos en primer lugar a nosotros mismos, para mostrar la libertad de nuestra decisión. Recuperar el espíritu misionero con el cual estamos llamados a llevar el Evangelio a toda persona que encontramos en nuestro camino es una consecuencia inevitable a causa del deseo de compartir con otros la misma alegría reencontrada en la fe. El apóstol Pedro en su primera carta nos recuerda que debemos estar siempre listos para "dar razón de la esperanza que tenemos" (1 Pe. 3,15). Más aún en un momento como el actual, somos invitados a ser misioneros con la fuerza de la razón. Mostrar que ella y sus conquistas no se contraponen a los contenidos de la fe, porque la búsqueda de la verdad es común, y no se puede aislar en uno sólo de sus componentes; esto es tal vez lo que nuestros contemporáneos esperan.  El Apóstol, además, indica una metodología que los cristianos estamos invitados a seguir: que el anuncio "sea hecho con dulzura, con respeto y con recta conciencia". He aquí un programa que los cristianos estamos invitados a realizar con esfuerzo y con constancia en la obra de la nueva evangelización.

No será inútil, entonces, partir del concepto mismo de "nueva evangelización", del cual debemos estudiar el sentido, producir una sistemática comprensión y explicación, sobre todo en el magisterio de los últimos Pontífices, para que no aparezca como una fórmula abstracta, y sobre todo para que no se piense que en el pasado reciente la Iglesia se hubiese apartado de lo que constituye su esencia. El Señor Jesús ha querido su Iglesia para transmitir de manera viva su Evangelio de generación en generación, sin tener en cuenta ninguna frontera territorial ni temporal. La Iglesia vive por la misión encomendada por su Maestro, de llevar al mundo la hermosa noticia que se realiza en el misterio de la Encarnación. Obedeciendo siempre a este mandato, desde la primera comunidad de discípulos hasta la multiforme presencia de la Iglesia en el mundo contemporáneo hemos llevado el anuncio de la semilla de vida eterna, que es salvación realizada en el misterio de la muerte y resurrección del Señor. En estos veintiún siglos, la Iglesia se ha inserto en la pluralidad de las culturas de los diversos pueblos para que puedan surgir en ellas aquellas tensiones de verdad que lleva a reconocer la revelación de Jesucristo como momento último y definitivo del proceso de la religión en nuestra marcha hacia el absoluto. La obra de la evangelización entra directamente en contacto con la cultura, la plasma y transforma así como ella viene determinada en su lenguaje y expresividad. Una cosa se puede verificaren los dos mil años de cristianismo: la atención permanente que la comunidad cristiana ha tenido en relación al tiempo en que vivía y al contexto cultural en el que se insertaba.  Una lectura de los textos de los apologetas, de los Padres de la Iglesia, y de los varios maestros y santos que se han sucedido en el transcurso de estos dos mil años demuestra fácilmente la atención al mundo circundante y el deseo de insertarse en él para comprenderlo y orientarlo a la verdad del Evangelio. En la base de esta atención se encuentra la convicción de que ninguna forma de evangelización sería eficaz si la Palabra de Dios no entrase en la vida de las personas, en su modo de pensar y de obrar para llamarlas a la conversión.  Esto ha sido siempre lo que hoy llamamos "nueva evangelización". No es diferente en nuestro tiempo; podemos usar una expresión diversa, pero la sustancia permanece idéntica. Somos llamados a anunciar el Evangelio de manera eficaz; esto requiere en primer lugar el trato frecuente de la Palabra de Dios, que permite a quienes  nos escuchan verificar no sólo nuestro  conocimiento del Evangelio, sino sobre todo nuestra credibilidad  que se expresa en un coherente testimonio de vida. Al respecto vale la pena recordar lo que afirma el Documento final de Aparecida: "Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura leída en la Iglesia. La Sagrada Escritura Palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo (DV9) es, con la Tradición, fuente de vida para la Iglesia y alma de su acción evangelizadora. Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo y renunciar a anunciarlo (n. 247)" y más adelante: "Por esto, la importancia de una pastoral bíblica, entendida como animación bíblica de la pastoral, que sea escuela de interpretación o conocimiento de la Palabra, de comunión con Jesús u oración con la Palabra, y de evangelización inculturada o de proclamación de la Palabra (n. 248)". No se excluye en este proceso la atención permanente a lo que se vive y se piensa a nuestro alrededor; en una palabra, la "cultura" de nuestro tiempo.

La misma acción litúrgica en la pluralidad de sus ritos muestra con evidencia cómo se puede expresar la centralidad  unicidad del misterio en maneras diversas, sin disminuir por ello la particularidad del lenguaje evocativo propio de la lex credendi. En este contexto vale la pena referir algunas palabras sobre el valor que la liturgia posee en orden a la nueva evangelización. "Encontramos a Jesucristo de modo admirable en la Sagrada Liturgia. Al vivirla, celebrando el misterio pascual, los discípulos de Cristo penetran más en los misterios del Reino y expresan de modo sacramental su vocación de discípulos y misioneros"[1]. La liturgia es la acción principal mediante la cual la Iglesia expresa en el mundo su carácter de mediadora de la revelación de Jesucristo. Desde sus orígenes la vida de la Iglesia ha estado caracterizada por la acción litúrgica. Todo lo que la comunidad predicaba, anunciando el Evangelio de salvación, lo hacía después presente y vivo en la oración litúrgica que se transformaba en el signo visible y eficaz de la salvación. Esta no era sólo anuncio de hombres voluntariosos, sino la acción misma que Espíritu realizaba por la presencia de Cristo mismo en medio de la comunidad creyente. Separar estos dos momentos significaría no comprender la Iglesia. Ella vive de la acción litúrgica como linfa indispensable para el anuncia y éste a su vez retorna a la liturgia como su complemento eficaz.  La lex credendi y la lex orandi forman un todo donde resulta difícil encontrar el fin de uno y el comienzo del otro. La nueva evangelización deberá ser capaz de hacer de la liturgia su espacio vital para que el anuncio realizado alcance su pleno cumplimiento. Si del horizonte especulativo se pasa al plano pastoral, se comprende todavía más directamente la importancia de esta relación y su extraordinaria eficacia en un mundo sediento de signos que lo introduzcan en el misterio. Es suficiente pensar en el valor que de modo particular asume hoy la celebración de algunos sacramentos y sacramentales. Del bautismo al funeral, advertimos cuánta potencialidad tienen en sí mismos para comunicar un mensaje que de otra manera no sería escuchado. ¡Cuántas personas "indiferentes" al fenómeno religioso se acercan a estas celebraciones y cuántas personas a menudo en busca de una genuina espiritualidad están presentes! La palabra del sacerdote en estas circunstancias debería ser capaz de provocar la pregunta por el sentido de la vida propiamente a partir de la celebración en acto.  Lo que celebramos,en fin, no es un mero rito extraño a la cotidianeidad del hombre, sino que está dirigido propiamente a su pregunta por el sentido, que espera una respuesta tantas veces perseguida en vano. En la celebración nuestra predicación y nuestros signos litúrgicos están llenos de un significado que va más allá de nosotros mismos y de nuestra persona; aquí realmente podemos permitir aferrarse a la acción del Espíritu que transforma el corazón con su gracia y los modela para disponerlos a captar el momento de la salvación.

La Iglesia existe para llevar en todo tiempo el Evangelio a toda persona, donde sea que se encuentre. El mandato de Jesús es de tal modo cristalino que no permite malos entendidos de ninguna naturaleza. Cuántos creen en su palabra son enviados a las calles del mundo para anunciar que la salvación prometida ahora ha llegado a ser realidad. El anuncio debe conjugarse con un estilo de vida que permita reconocer a los discípulos del Señor allí donde estén. De alguna manera, la evangelización se resume en este estilo que distingue a cuantos emprenden el seguimiento de Cristo. La caridad como norma de vida no es otra cosa que el descubrimiento de aquello que da sentido a la existencia, porque la atraviesa hasta en sus recovecos más íntimos de todo lo que el Hijo de Dios hecho hombre ha vivido en primera persona.  Como se puede observar, la nueva evangelización se ubica en la sintonía de siempre. Ella quiere fundarse sobre la lógica de la fe que se articula en el creer en el anuncio, en la liturgia y en el testimonio de la caridad.

Se podrá discutir largamente sobre el sentido de la expresión "nueva evangelización".  Preguntarse si el adjetivo determina al término no carece de racionalidad, pero tampoco agota la cuestión. El hecho de que se la llame "nueva" no pretende cualificar los contenidos de la evangelización que permanecen iguales, pero con la condición y la modalidad en la cual viene realizada. Benedicto XVI en la Carta Apostólica Ubicumque et semper subraya con razón que considera oportuno "ofrecer respuestas adecuadas para que la Iglesia entera se presente al mundo contemporáneo con una arrojo misionero capaz de promover una nueva evangelización". Alguno podría insinuar que decidirse por una nueva evangelización equivale a juzgar la acción pastoral desarrollada precedentemente por la Iglesia como fracasada por la negligencia puesta o por la poca credibilidad de sus hombres.  Incluso esta consideración no carece de plausibilidad, sólo que se detiene en el aspecto sociológico en su fragmentariedad sin considerar que la Iglesia en el mundo presenta rasgos de santidad constante y de testimonios creíbles que todavía hoy son sellados con la entrega de la vida. Efectivamente, el martirio de tantos cristianos no es distinto del ofrecido en el transcurso de nuestra multisecular historia, y sin embargo es verdaderamente nuevo porque lleva a los hombres de nuestro tiempo, a menudo indiferentes, a reflexionar sobre el sentido de la vida y el don de la fe. Cuando desaparece la búsqueda del genuino sentido de la existencia, cuando se lo substituye por senderos que asemejan una selva de propuestas efímeras, sin que se comprenda el peligro que esto significa, entonces es justo hablar de nueva evangelización. Ella se transforma en una verdadera provocación a tomar en serio la vida para orientarla hacia un sentido completo y definitivo que encuentra su verdadera garantía en Jesús de Nazaret. El, manifestación del Padre y su revelación histórica, es el Evangelio que todavía hoy anunciamos como respuesta al interrogante  que inquieta al hombre desde siempre. Ponerse al servicio del hombre para comprender el ansia que lo mueve y proponer un camino de salida que le brinde serenidad y alegría es lo que se resume en la bella noticia que la Iglesia anuncia. Por tanto, nueva evangelización, porque nuevo es el contexto en que viven nuestros contemporáneos, frecuentemente agredidos aquí y allá por teorías e ideologías trasnochadas. Lo recuerda el Santo Padre al delinear el destinatario de nuestra misión: "Existen regiones del mundo que todavía esperan una primera evangelización; otras que la han recibido, pero necesitan de un trabajo más profundo; otras finalmente, en las que el Evangelio ha echado raíces desde hace largo tiempo, dando lugar a una verdadera tradición cristiana, pero donde en los últimos siglos -por dinámicas complejas- el proceso de secularización ha producido una grave crisis del sentido de la fe cristiana y de la pertenencia a la Iglesia"[2]. Luego continua diciendo que nuestra tarea particular deberá ser "promover una renovada evangelización en los países donde ya ha resonado el primer anuncio de la fe y están presentes Iglesias de antigua fundación, pero que están viviendo una progresiva secularización de la sociedad y un especie de "eclipse del sentido de Dios" que constituye un desafío a encontrar medios adecuados para volver a proponer la perenne verdad del Evangelio de Cristo"[3].

 

La secularización

 

Como se observa, aparece en el horizonte el gran tema de la secularización, que quisiera exponer brevemente en sus rasgos más característicos. Ya ha pasado medio siglo desde cuando veía la luz el "manifiesto" de la secularización moderna propuesto y modificado sobre ls ideas iniciales de D. Bonhoeffer. La ciudad secular del profesor H. Cox de la Iglesia Bautista estadounidense, y Dios no existe del obispo anglicano de Woolwich, J. A. T. Robinson, daban a conocer al gran público las ideas madres de un movimiento que tenía un horizonte más amplio y raíces mucho más profundas de cuanto conocemos por la influencia en la teología y a nivel eclesial. El programa se concentraba en torno a la expresión que se ha convertido en tecnicismo: vivir y construir un mundo etsi Deus non daretur. El desafío venía a ponerse, en aquella época, sobre un terreno sumamente fértil y encontraba rápidamente un entusiasmo y receptividad  que hoy, con el paso de los años, lleva a preguntarse con cuánto espíritu crítico fue recibido y acompañado. La Iglesia había terminado recientemente su segundo Concilio Vaticano y al horizonte ya se dejaban entrever los síntomas de una crisis que llegaría a cautivar a muchos creyentes; mientras el Occidente terminaba de vivir la gran contestación juvenil del '68. En una palabra, muchos parecían encontrar en la idea de la secularización la clave para darle al mundo su autonomía y a la Iglesia la posibilidad de descubrir la simplicidad de los orígenes. Sin embargo, no todo lo que relucía era oro.

Etiamsi daremus non esse Deum. La expresión de Grocio aparecía a la luz. Mirando bien, las interpretaciones iban más allá de la intención del jusnaturalista holandés. Para el filósofo, en relaidad, lo que importaba demostrar era el fundamento del derecho natural que conservaba todo su valor en sí mismo al punto de poder sobrevivir sin la demostración de la existencia de Dios. Sin embargo, progresivamente, de la simple enunciación de un principio teórico la secularización se infiltró en las instituciones hasta llegar a ser en nuestros días, cultura y comportamiento de masa, al punto que no podemos percibir sus límites objetivos. Como todo fenómeno, también la secularización esta sometido a la ambigüedad y a la pluralidad de las interpretaciones. Difícil precisar el verdadero rol que Bonhoeffer desempeñó en este movimiento; mucho más complejo aún el tratar de individuar el verdadero sentido de su manifiesto en la Carta: "Se impone reconocer honestamente el deber de vivir en el mundo como si no existiese algún Dios, y esto es realmente lo que reconocemos plenamente delante de Dios! Dios mismo nos conduce a esta conciencia: nos hace saber que debemos vivir como hombres que pueden arreglárselas sin El. El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona (Mc.15, 34)! Estamos continuamente en presencia del Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de Dios"[4]

Frente a movimientos de pensamiento que se apoyan sobre conceptos así genéricos y a menudo utópicos, los equívocos y los extremismos no tardan en aparecer; de diversas maneras, la secularización degeneró en secularismo con sus consecuencias negativas sobre todo en el horizonte de la comprensión de la existencia personal. Secularismo, de hecho, dice distancia de la religión cristiana; ésta no tiene y no puede tener ninguna voz en el momento en que se habla de vida privada, pública o social. La existencia personal se construye prescindiendo del horizonte religioso que queda relegado a un mero sector privado que no debe incidir en la vida de las relaciones interpersonales, sociales o civiles. Por otra parte, en el horizonte privado, la religión tiene un puesto bien delimitado; de hecho ella sólo interviene en parte y marginalmente en el juicio ético y en los comportamientos.A este punto, decir que la secularización es un fenómeno religiosamente neutro, significa no captar las consecuencias que se manifiestan en estos decenios y que tienen sus raíces en el secularismo. De cualquier manera que se quiera juzgar la autonomía del hombre, ella nunca podrá ser separada de su vinculación original con  el creador; cortar el cordón umbilical no puede significar otra cosa que rechazar al que nos ha engendrado. Una autonomía creatural, en todo caso, debe tener como base la experiencia de la gratuidad sin la cual es imposible una comprensión coherente de la identidad personal. En fin, reducir todo el proceso de la secularización a una crítica del fanatismo religiosos o de la intolerancia, significa perder de vista la globalidad del movimiento y sus diversos rostros con los cuales se ha presentado. Pasado el entusiasmo que en los años '60 había contagiado a muchos, se debe concluir que el proceso de secularización y secularismo han identificado demasiado apresuradamente a Dios como una función sucedánea de la vida. En el horizonte contemporáneo, sin embargo, en el que la cultura de la muerte parece superar a la vida misma, todavía queda por demostrar la tesis de fondo del secularismo según la cual este mundo ha llegado a ser "adulto" y consecuentemente, no tiene más necesidad de Dios.

Uno de los primeros datos que emerge como proyecto del secularismo es el tentativo espasmódico de obtener la plena autonomía. El hombre contemporáneo está fuertemente caracterizado por el celo de la propia autonomía y la responsabilidad de vivir a su manera. Olvidando toda relación con la trascendencia, se ha vuelto alérgico a todo pensamiento especulativo y se limita al simple momento histórico, al instante, creyendo ilusoriamente que es verdad sólo lo que es fruto de la verificación científica. Perdido el vínculo con lo trascendente y rechazada toda contemplación espiritual, se precipita en una suerte de empirismo pragmático que lo lleva a apreciar los hechos y no las ideas. Sin resistencia cambia velozmente su modo de pensar y de vivir y parece cada vez más como un sujeto en movimiento, siempre listo a experimentar, deseoso de participar en cualquier juego aún cuando lo supere, sobre todo si lo arrebata en aquel narcisismo en absoluto velado que lo engaña acerca de la esencia de la vida. En fin, el proceso del secularismo ha generado una explosión de reivindicaciones de libertades individuales que llegan a la esfera de la vida sexual, de las relaciones interpersonales y familiares, de la actividad del tiempo libre así como del trabajo, también a la educación y a la comunicación arriba fatalmente y todo el ámbito de la vida viene modificado. Por paradójico que pueda parecer, las reivindicaciones sociales siempre se realizan en nombre de la justicia y de la igualdad, pero en el fondo siempre se encuentra el deseo de vivir más libremente a nivel individual; se toleran y soportan mucho más las injusticias  y desigualdades sociales antes que las prohibiciones en la esfera privada. En suma, se ha creado una situación completamente nueva en la que los antiguos valores -expresados sobre todo por el cristianismo- se ven substituidos. En un horizonte como este, en que el hombre viene a ocupar el lugar central, criterio de toda forma de existencia, Dios se convierte en una hipótesis inútil y en un competidor que no sólo hay que evitar, sino en lo posible eliminar. La revolución antropológica se actúa de manera relativamente fácil, cómplice de una teología débil y de una religiosidad a menudo fundada sólo sobre el sentimiento e incapaz de mostrar el verdadero horizonte de la fe.

Dios, entonces, pierde su lugar central; la consecuencia que se derive, sin embargo, es que el hombre mismo viene a perder también el suyo. El "eclipse" del sentido de la vida hace que el hombre no sepa más como colocarse, que no encuentra más su lugar en la creación y en la sociedad. De alguna manera cae en la tentación prometeica de pensar ilusoriamente que es él el señor de la vida y de la muerte, porque puede decidir el cuándo y el cómo. Una cultura que tiende a idolatrar la perfección del cuerpo, que discrimina las relaciones interpersonales de acuerdo con la belleza o la perfección física,  termina por olvidar lo esencial. Se cae así en una suerte de narcisismo constante que impide fundar la vida sobre valores permanentes y sólidos, para quedarse sólo al nivel de lo efímero. Nadie, sin embargo, denuncia esta situación como trágica porque no existe más el ejercicio auténtico de la libertad. El hombre, de hecho, perdida la relación con Dios, pierde consecuentemente la referencia a la creación.  No es más el centro de la creación, sino una parte cualquiera del mundo. Por un lado se exalta al hombre a costa de Dios y contra Dios; por otro, se lo destruye convirtiéndolo en un simple fragmento de la naturaleza. Rota la armonía con la naturaleza para dar lugar al primado de la técnica, se ha venido a encontrar frente a un poder que ha violentado la naturaleza misma.

Otro conflicto al que se asiste es la pérdida del sentido de responsabilidad. Este horizonte viene simbólicamente encontrado en la pregunta que Dios dirige a Caín: "¿Dónde está tu hermano?". Por paradógico que pueda parecer, el secularismo nacido a la sombra de  la responsabilidad plena delante a sí mismo con el rechazo de la autoridad de Dios, acaba con la destrucción del objetivo que se proponía. Cerrado en sí mismo, en un individualismo exasperado, el hombre de hoy a perdido de vista también al otro. Una lúcida expresión de esta situación se encuentra en la fórmula sartreana les autres son l'enfer. La ambigua concepción de la libertad, el fuerte subjetivismo que ya no sabe reconocer el valor de la verdad perenne y, sobre todo, el eclipse del sentido de Dios, han llevado a olvidar el valor de la vida y al desinterés por el hermano al punto de comprobar con horror que una sociedad que se proclama civilizada y evolucionada está cada vez más  cerrada en el círculo de la muerte. En suma, una  cultura secularizada que se pretende autónoma de Dios, termina con la pérdida del sentido mismo de la vida.

Aquí por tanto se pone el gran desafío que mira al futuro. Quien quiere la libertad de vivir como si Dios no existiera lo puede hacer, pero debe saber lo  que le espera; debe tener conciencia de que esta elección no es premisa de libertad ni de autonomía. Limitarse a disponer de la propia vida nunca podrá satisfacer la exigencia de libertad; silenciar forzosamente el deseo de Dios que está radicado en la interioridad más profunda, nunca podrá arribar a la autonomía. El enigma de la existencia personal no se resuelve rechazando el misterio, sino eligiendo sumergirse en él (GS 22). Este es el sendero a recorrer; todo atajo corre el riesgo de perderse en los laberintos selváticos, donde es imposible ver tanto la salida como la meta a alcanzar.

 

Nueva evangelización

 

"El punto crucial de la cuestión es este: si un hombre, empapado de la civilización moderna, un europeo,puede todavía creer; creer propiamente en la divinidad del Hijo de Dios Cristo Jesús. En esto, de hecho, está toda la fe". Son palabras cargadas de provocación que provienen de uno de los escritores más significativos del siglo pasado: Dostoewskj.  Preguntarse si el hombre de hoy está todavía dispuesto a creer en Jesús como Hijo de Dios comporta necesariamente la cuestión conexa: si el hombre de hoy siente todavía la necesidad de la salvación. Aquí está todo el problema para nosotros creyentes, para nuestra credibilidad en el mundo de hoy; pero también el problema para cuantos no creen y desean darle un significado pleno a su vida. No encuentro otra posibilidad fuera de esta cuestión, que impulsa a buscar una respuesta. Delante a la posibilidad de Jesucristo no se puede permanecer neutral; se debe dar una respuesta si se quiere dar un sentido a la propia vida. Según algunos, aquí se concentran las grandes cuestiones que nos tocan a cada uno de nosotros y la simple respuesta que la Iglesia ofrece anunciando, como si el tiempo nunca hubiesa pasado, el mismo contenido de los primeros años de nuestra existencia como cristianos: Jesús, crucificado y resucitado; El que ha pasado en medio a nosotros, anunciando el reino de Dios y haciendo el bien a cuantos se dirigían a Él.

Sabemos que estamos en medio a una profunda crisis que se ha convertido en crisis de Dios. Esquemáticamente se podría decir: la religión sí, pero Dios no. En dónde este "no", en todo caso, no debe entenderse en el sentido categórico de los grandes ateísmos. No existen más, permítaseme repetir, grandes ateísmos. El ateísmo de hoy en realidad puede nuevamente hablar de Dios sin entenderlo realmente. En síntesis, la crisis actual está determinada del poder y saber hablar de Dios; el tema no puede dejarnos indiferentes después de casi cincuenta años del Concilio Vaticano II, que tuvo entre sus principales objetivos el hablar de Dios al hombre de hoy de manera comprensible. La crisis que vivimos, entonces, se podría resumir de manera aún más sintética: Dios hoy no es negado, sino desconocido. Por parte del hombre contemporáneo hay algo de verdadero, probablemente, en este modo de plantearse el problema en torno a el nombre de "Dios". En algún sentido se podría decir que se ha pasado de la hipótesis inútil a la buena posibilidad ofrecida al hombre. Con respecto a esta perspectiva deberíamos ser capaces de  agitar las aguas a menudo demasiado tranquilas de dos lagos artificiales: el de la indiferencia, que frecuentemente domina el contexto cultural referido a esta problemática; y el de la obviedad, que evidencia cuánta ignorancia, a menudo supina, existe acerca de los contenidos religiosos. Indiferencia e ignorancia, lamentablemente, se encuentran en la base del sentido común religioso todavía presente, haciendo siempre más débil la pregunta religiosa y, especialmente, la decisión consciente y libre. Retorna inmediatamente la escena tan familiar de Pablo en las calles de Atenas (Hch. 17, 16-34). No ha cambiado tanto desde entonces. Las calles de nuestra ciudad están repletas de nuevos ídolos. El interés hacia un muy genérico sentido religioso parecería tomarse una especie de revancha; expresiones religiosas se multiplican y frecuentemente están vacías de espesor racional. En algunos casos se sigue el soplo de la emotividad, en otros, al contrario, diversas formas de fundamentalismo; ambos no indican otra cosa que la ausencia de espesor intelectual. Por último, aparecen de nuevo en el horizonte mesías de la última hora, predicando el inminente fin del mundo. En este contexto hay que preguntarse quiénes son los nuevos Pablo de Tarso conscientes de ser portadores de una hermosas novedad que entra en el areópago de nuestro pequeño mundo con la convicción y la certeza de querer anunciar al "Dios desconocido".

"Dios": el término está entre los más usados del lenguaje mundial, y sin embargo, cuántos sentidos, diferentes y tantas veces, contrarios entre sí al punto de oponerse mutuamente. Debemos preguntarnos si Dios existe y qué cosa sea, o quién sea Dios. Preguntas inevitables que no pueden permanecer sin respuesta. El Dios del que hablamos, no sólo se ha hecho escuchar, sino que se ha hecho uno de nosotros. Y consigo trae a nuestra vida la respuesta a la pregunta fundamental por el sentido: "con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre. Ha trabajado con manos de hombres, ha pensado con mente de hombre, ha actuado con voluntad de hombre, ha amado con corazón de hombre. Naciendo de María Virgen, él verdaderamente se ha hecho uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado" (GS 22). Ningún pretexto de parte nuestra. Él ha experimentado en todo nuestra condición humana, sobre todo allí cuando ella significa dolor, sufrimiento, enfermedad, muerte. La nueva evangelización requiere, entonces, la capacidad de saber dar razón de la propia fe, mostrando a Jesucristo, el Hijo de Dios, único salvador de la humanidad. En la medida en que seamos capaces de esto, podremos ofrecer al mundo contemporáneo la respuesta que espera o que debemos provocar en él. Como decía Benedicto XVI el día antes de ser elegido Papa: "En estos momentos de la historia tenemos verdadera necesidad de hombres que, a través de una fe iluminada y vivida, hagan a Dios creíble en el mundo...Tenemos necesidad de hombres que tengan la mirada dirigida a Dios, aprendiendo de Él la verdadera humanidad. Tenemos necesidad de hombres cuyo intelecto sea iluminado por la luz de Dios y a quienes Dios abra el corazón, de modo que su intelecto pueda hablar al intelecto de los otros y su corazón pueda abrir el corazón de los otros. Solamente a través de hombres tocados por Dios, Dios puede retornar a los hombres". La nueva evangelización, por tanto, parte de aquí: de la credibilidad de nuestra vida de creyentes y de nuestra convicción de que la gracia actúa y transforma hasta el punto de convertir el corazón. El mundo de hoy tiene necesidad profunda de amor, porque conoce desgraciadamente sólo sus grandes fracasos. Aquí probablemente nace la paradoja que se despliega nuestros ojos y que empuja a la mente a reflexionar sobre el sentido de una tal acción.

 

La imagen de la nueva evangelización

 

Una imagen con la que el nuevo dicasterio pretende identificarse, se encuentra en la Sagrada Familia de Gaudí. Quien la observa en su gravidez arquitectónica encuentra las voces de ayer y de hoy. A nadie escapa que es una iglesia, espacio sagrado que no puede ser confundido con ninguna otra construcción. Sus agujas se dibujan hacia lo alto, obligando a mirar el cielo. Sus pilares no tienen capiteles jónicos ni corintios y, sin embargo, los reclaman aún cuando se permiten de andar más allá para recorrer un espacio de arcos que hace pensar en una foresta donde el misterio lo invade a uno, sin suprimirlo, llenándolo de serenidad. La belleza de la SagradaFamilia sabe hablar al hombre de hoy, conservando al mismo tiempo los rasgos fundamentales del arte antiguo. Su presencia pareciera contrastar con la ciudad hecha de palacios y calles que al recorrerlas muestran la modernidad a la que somos enviados. Las dos realidades conviven y no desentonan, al contrario, parecen hechas la una para la otra; la iglesia para la ciudad y viceversa. Aparece evidente, entonces, que la ciudad sin la iglesia estaría privada de algo sustancial, manifestaría un vacío que no puede ser colmado por cualquier otra construcción, sino por algo más vital que empuja a mirar a lo alto sin apura y en el silencio de la contemplación.

Mirar al futuro con la certeza de la esperanza verdadera es lo que nos permite no permanecer recluidos en una suerte de romanticismo que mira sólo al pasado, ni caer en un horizonte de utopía, amarrados a hipótesis que carecen e garantías. La fe  compromete en el hoy en que vivimos, por lo que no corresponder sería ignorancia o miedo; y a nosotros cristianos, no nos está permitido ni lo uno ni lo otro. Permanecer recluidos en nuestras iglesias podría darnos cierta consolación pero tornaría vano el  día de Pentecostés. Es tiempo de abrir de par en par las puertas y retornar al anuncio de la resurrección de Cristo de la que somos testigos. Según las palabras del santo Obispo Ignacio en los albores del cristianismo: "No alcanza con ser llamados cristianos, es necesario serlo de veras" (a los Magnesios, I,1). Si alguno quiere reconocer a los cristianos, debería poder hacerlo por su compromiso de fe y no por sus intenciones.

 

 

NOTAS

[1]           Aparecida, 250.

[2]           Benedicto XVI, homilía de las primeras vísperas en la solemnidad de ss. Pedro y Panlo, 28 de junio de 2010.

[3]           Ibidem

[4]           Resistenza e Resa. Lettere dal carcere, Milano 1969, 278-279; Sobre Bonhoeffer siempre permanece válida la obra de I. Mancini, Bonhoeffer, Firenze 1969; sobre este aspecto, cf. pp 329-438

 

 

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EL POLÍTICO CATÓLICO ANTE EL LAICISMO

El político católico ante el laicismo  

 

Por monseñor Enrique Sánchez Martínez

 

DURANGO, sábado, 19 de febrero de 2011 (ZENIT.org-El Observador).- Con el nombre de "El político católico ante el laicismo", el obispo auxiliar de Durango, monseñor Enrique Sánchez Martínez ha escrito un documento muy importante, para poner al día el tema de la libertad religiosa, sugerido por el Papa Benedicto XVI durante la pasada Jornada Mundial de la Paz, celebrada el primero de enero de 2011.

Entre los temas que desataca en su trabajo monseñor Sánchez Martínez sobresale el de la presencia de Dios en el espacio público.  Al respecto, el obispo auxiliar de Durango expresa que: "entre la presencia o la ausencia de Dios en el espacio público no hay término medio, no existen posiciones neutrales. Eliminar a Dios del espacio público significa construir un mundo sin Dios. Un mundo sin Dios es un mundo contra Dios. Excluir a Dios, aunque no se le combata, significa construir un mundo sin referencias a Él".

Por el interés que puede suscitar este documento en diversos países donde el laicismo es mal entendido como la expulsión de Dios del espacio público, lo reproducimos en su totalidad.

 

El político católico ante el laicismo  

Un laicismo sano, como lo reconoce la doctrina de la Iglesia católica, se entiende como la separación entre el Estado y la Iglesia o confesión religiosa. Por esto, el Estado no debe inmiscuirse en la organización ni en la doctrina de las confesiones religiosas, y debe garantizar el derecho de los ciudadanos a tener sus propias creencias y manifestarlas en público y en privado, y a dar culto a Dios según sus propias convicciones. También debe garantizar el derecho a la objeción de conciencia, por el cual los ciudadanos no podrán ser obligados a actuar en contra de sus propias convicciones o creencias. De acuerdo con este concepto de laicismo, el Estado y la Iglesia o confesión religiosa mantendrán relaciones de colaboración en los asuntos que son de interés común. En este sentido el Papa Benedicto XVI nos ha orientado hacia una reflexión y profundización de este laicismo sano en pro de la Libertad Religiosa (Jornada Mundial para la Paz, "La Libertad Religiosa, camino para la paz", 1 enero 2011). Pero el laicismo también es entendido por otros como una ausencia de relaciones. En virtud de este falso concepto, el Estado debe ignorar a todas las confesiones religiosas; se debe prohibir que el Estado mantenga relaciones con la Iglesia u otra confesión religiosa.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada por la Organización de las Naciones Unidas en 1948, garantiza (Art. 18) a todas las personas la "libertad de manifestar su religión o creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado". Los poderes públicos deben garantizar el derecho de los creyentes a manifestar sus convicciones religiosas en público. Ellos tienen el derecho a organizar procesiones, colocar cruces en lugares a la vista del público, etc. No sería razonable que se pudieran organizar manifestaciones políticas en las ciudades o que se pudieran colocar emblemas de partidos políticos o de sindicatos en la calle, y que se negaran los mismos derechos a los creyentes porque son símbolos religiosos.

Por otro lado, los ciudadanos tienen derecho a formar su opinión sobre los asuntos de interés político. Para ello, pueden considerar las fuentes de opinión que estimen conveniente. Sin duda entre las fuentes se encuentra la doctrina de la Iglesia Católica o de su propia confesión religiosa, o el pronunciamiento de un Obispo. Si un ciudadano (o un diputado, o senador en el Congreso, o regidor en el Ayuntamiento) vota en conciencia de acuerdo con sus creencias, lo hace porque ha escuchado los argumentos de su confesión religiosa y le han convencido. Sería una grave discriminación que se pidiera a los ciudadanos que actuaran en contra de su conciencia y de sus convicciones en el momento de emitir su voto.

Para el político católico este concepto de laicismo es un valor adquirido que hay que defender. El cristianismo ha contribuido mucho en la fundación del laicismo auténtico. "De hecho - lo afirma Mons. Crepaldi - el cristianismo no es una religión fundamentalista. El texto sagrado en el que se inspira no se toma al pie de la letra, sino que se interpreta; la autoridad universal del Papa libera a los cristianos de las excesivas sujeciones políticas nacionales, Dios confió la construcción del mundo a la libre y responsable participación del hombre. Esto no significa que la sociedad y la política sean totalmente ajenas a la religión cristiana, que no tengan nada que ver con ella". La sociedad necesita a la religión para mantener un nivel de laicismo sano. El cristianismo ayuda a la sociedad en este fin, ya que no le impide ser legítimamente autónoma y al mismo tiempo la sostiene y la ilumina con su propio mensaje religioso. Se podría decir que el cristianismo la empuja a ser ella misma en cuanto que hace aparecer su plena vocación y le pide que exprima al máximo sus capacidades, sin encerrarse en sí misma.

Hoy se tiende a considerar el laicismo como neutralidad del espacio público respecto de los absolutos religiosos. Estos Principios Absolutos o Religiosos son: dignidad de la persona humana y sus derechos, el bien común, el destino universal de los bienes, la subsidiariedad, la participación, la solidaridad, la caridad; además los valores fundamentales de la vida social: la libertad, la justicia, la verdad, la paz. Se afirma que en estos espacios lo religioso no debe intervenir, primero porque en una democracia no habría sitio para principios; y segundo, porque los absolutos religiosos son irracionales, y en el espacio público solo admite un discurso racional. Pero entonces este espacio permanecería vacío, así se deja lugar para crear nuevos absolutos enemigos del hombre, para nuevos dioses (sobre este tema ver Mons. Giampaolo Crepaldi, "El político católico, laicismo y cristianismo").

¿La democracia es incompatible con los principios absolutos? No es así, al contrario, los necesita. Se puede afirmar que la falta de éstos en una sociedad, genera una lucha de todos contra todos donde tiene razón quien es más fuerte. También la democracia se arriesga a reducirse a la fuerza de la mayoría. Por ésto existe la necesidad de que los ciudadanos crean en principios absolutos. Lo sustancial, lo fundamental de la democracia es la dignidad de la persona que se debería considerar un Principio Absoluto. ¿Y cómo se puede considerar un valor absoluto si no se fundamenta en Dios?

¿La religión es irracional? No hay duda de que existen formas de religión irracionales total o parcialmente. Pero el cristianismo no lo es. El cristianismo es razonable, no contradice ninguna verdad racional, sino que incluso se vincula a ellas complementándolas sin exigir al hombre, para ser cristiano, la renuncia de todo aquello que lo hace verdaderamente hombre. No es aceptable la idea de que la religión, sea cual sea, es, por su naturaleza, irracional.

¿Es neutral el laicismo? Muchos entienden el laicismo como neutralidad, como una expulsión de la religión del espacio público. Mons. Fisichella dice al respecto: "...la secularización y después el laicismo agresivo tienden a excluir al cristianismo del ámbito público, y al hacerlo niegan la relación estructural de la razón con la fe, de la naturaleza con la gracia" (Rino Fisichella, "El valor salvífico del Evangelio también en la tierra"). La idea de quitar festividades religiosas, como la navidad, de impedir que se expongan símbolos religiosos en espacios públicos, de ejercer como misioneros, de hacer pública a otros la propia fe, porque sería un atentado a la libertad de religión, son algunas expresiones de esta idea de laicismo como espacio neutro. Una pared sin un crucifijo no es un espacio neutro, es una pared sin crucifijo. Un espacio público sin Dios no es neutro, sino que no tiene a Dios. El Estado que impide a toda religión manifestarse en público, quizás con la excusa de defender la libertad de religión, no es neutro en cuanto que se posiciona de parte del laicismo o del ateísmo y se toma la responsabilidad de relegar a la religión al ámbito privado. En muchos casos nace la religión del estado, la religión de la antirreligión.

Entre la presencia o la ausencia de Dios en el espacio público no hay término medio, no existen posiciones neutrales. Eliminar a Dios del espacio público significa construir un mundo sin Dios. Un mundo sin Dios es un mundo contra Dios. Excluir a Dios, aunque no se le combata, significa construir un mundo sin referencias a Él.

Por este motivo, el político católico no puede admitir ni colaborar con el laicismo entendido como neutralidad, porque desarrollará una nueva razón del Estado que, perjudicando la religión, se hará daño también a sí mismo.  El político católico se opondrá para impedir, sea por razones religiosas, de las que no se puede separar, sea por razones políticas, que nazca una nueva religión del Estado perjudicial para la libertad de las personas.

 

 

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miércoles, 16 de febrero de 2011

NUEVO CORREO MARIANO, Febrero 2011, nº 114

Salió el número de febrero. 16 páginas y 4 de suplemento con noticias calentitas de la vida de la Iglesia del Perú y del mundo. Artículos de Monseñor J.I. Alemany “La verdad sobre las Hijas de María Inmaculada”, Ana Gómez “Marta Robin: Testimonio del amor de Dios (53 años en ayuno total, solamente alimentada por la eucaristía), P. Carlos Rosell “Un ratito con Dios: La Visitación”, P. Joaquín Díez Esteban “La libertad religiosa en el Perú y el mundo”, J.A. Benito “Entrevista al Fundador de la UCSS, Monseñor Lino Panizza con motivo de los diez años ” . El Suplemento de actualidad se dedica a Jeff Grabosky  y su carrera de 5.000 kms por la oración y la fe, Los 10 años de la UCSS, Encuentro vocacional de Paulinas; un especial dedicado a la beatificación del Papa Juan Pablo II para el 1 de mayo. Varias notas sobre los mensajes episcopales sobre las elecciones políticas  y numerosas noticias sobre nuestra Iglesia como las falsas acusaciones sobre los fundadores de las Hijas de María Inmaculada y Corredentora, la beatificación de esposos italianos (Settimio Manelli y Licia Gualandris) con 21 hijos, nuevos milagros en Lourdes, la cristianofobia

 

A sólo un sol, reserva tus ejemplares y envía tus artículos y noticias al teléfono 4676612, correomariano@terra.com, de su directora LourdesGómez.

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La Iglesia contemporánea en el Perú (1900-1934). Asambleas eclesiásticas y concilios provinciales

La Iglesia contemporánea en el Perú (1900-1934). Asambleas eclesiásticas y concilios provinciales.

Josep-Ignasi Saranyana, FERNANDO Armas Asín

Lima, 2010. 218 p. (Instituto Riva Agüero y Universidad de Navarra)

La Iglesia del Perú no se agota en el siglo XVI, a pesar de su riqueza y sus numerosos estudios como los pioneros de Fernando de Armas Medina. Otro Fernando Armas, experto en nuestra historia patria contemporánea, acompañado del maestro de la historia de la teología en América, Josep-Ignasi Saranyana, roturan un campo casi virgen en la historiografía de la iglesia contemporánea del Perú. Lo hacen con audacia y precisión. Las fuentes son de primera categoría pero lejanas para los peruanos ya que provienen del Archivo Secreto Vaticano y corresponden a las delegaciones apostólicas de Monseñor Alejandro Bavona (1901-7), Ángel María Dolci (1907-10), Ángel Jacinto Scapardini (1910-1917) y la nunciatura de Monseñor Lauri (1917-21). Los años correspondientes a los nuncios Serafino Cimino (1921-28) y Gaetano Cigognani (1928-36) en proceso de catalogación se han suplido con el fondo del Archivo del la Congregación del Concilio (hoy en la Congregación del Clero) y lo publicado en el boletín del Arzobispado de Lima “El Amigo del Clero”.

El primer capítulo nos ayuda a enmarcar las coordenadas políticas y religiosas del Perú en el cambio de siglo. El segundo se refiere a las asambleas eclesiásticas a partir del Concilio Plenario de América Latina de 1899, su recepción en las iglesias particulares, las reuniones de 1899, 1902, 1905. El tercer capítulo se centra en el VII Concilio Provincial de 1909 en el marco de las Asamblea episcopales de 1909 y 1911, la fundación del Seminario Central, el Concilio Provincial de 1912. El cuarto se refiere al VII Concilio Provincial de 1912 y al Codex Iuris Canonici de 1927, en el marco de las asambleas de 1915 y 1917. El capítulo 5 analiza el contexto político-eclesiástico del VIII Concilio provincial de 1927, referido al Oncenio de Leguía y el singular protagonismo de Monseñor Lissón que le lleva a extraña renuncia solicitada por el Vaticano. El capítulo 6 estudia el contenido del VIII Concilio, fijándose en los asuntos más debatidos: el influjo del protestantismo la prensa católica, las relaciones de los obispos con los capítulos catedrales, el Santuario de Santa Rosa, los católicos y la política, el matrimonio canónico y civil, las iniciativas financieras, Santo Tomás de Aquino, la vida común de los sacerdotes seculares. El 7 nos narra los entresijos del complejo y largo itinerario para aprobar el VIII concilio, así como la doctrina calcada del Concilio Plenario Latinoamericano de 1899, el VII Concilio de 190912 y el CIC de 1917.

El presente estudio se nos ofrece como importante revisión del accionar de la Iglesia Peruana en las primeras décadas del siglo XX. El texto nos remite a los hechos e ideas desarrollados en reuniones episcopales, asambleas episcopales y concilios provinciales entre 1900 y 1934, lo cual nos permite ver el desarrollo que tuvo la doctrina y praxis de los sectores eclesiásticos. Asimismo, este trabajo nos muestra la rica relación que la Iglesia tuvo con el mundo político y social de su época, algo evidenciado en hechos como la fundación de la Universidad Católica en 1917, la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús de 1923, los debates sobre la creciente de una asociación para el clero diocesano o el apoyo de la jerarquía episcopal a un hipotético partido católico confesional, la discusión sobre la tolerancia de cultos en el marco de la Consti6tución de 1860 y la ambigua solución desde 1915, la buena prensa, la extraña renuncia de Monseñor Lissón, las dificultades de la aprobación del VII Concilio Provincial.

Como valor añadido, destaco los cuatro apéndices. Una valiosa síntesis de la estructura de la provincia eclesiástica de Lima desde 1546 a 1927 en la que se pasa de 5 diócesis en 1511 (Primer Concilio Provincial) a 13 demarcaciones (9 diócesis, tres vicariatos y una prefectura) en el VIII Concilio Provincial en 1927. El Plan detallado de la Congregación Consistorial para la reforma del clero y de los seminarios del Perú en 1910; los acuerdos de los obispos sobre el Seminario Central de 1911; la entrañable carta de San Pío X a los obispos del Perú, el 13 de septiembre de 1910, de la que cito su entrañable encabezamiento: “Si entre las provincias eclesiásticas de América hay alguna que deba aventajarse y resplandecer ante Dios y ante los hombres con los fulgores de la perfección evangélica, seguramente es la Iglesia Peruana, por ser una de las más antiguas de toda la América, por contar entre sus hijos tantos valores ilustres en santidad, y por haber sido desde sus principios cultivada y fecundizada con los trabajos apostólicos del gran Santo Toribio”.

Obra de obligada consulta para conocer todo lo que se fraguó en el primer tercio del siglo XX al calor de la interdependencia iglesia-estado del Perú.

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martes, 15 de febrero de 2011

AREQUIPA, "PEDAZO DE PARAÍSO TERRENAL"

Siempre que retorno a Arequipa, me sobrecoge la magia y el embrujo de su paisaje. Y me da lo mismo que llueva (a mares como ahora, febrero 2011) o que luzca radiante su sol (como casi siempre). Les comparto tres textos en los que sus cronistas –dos españoles y una arequipeña- no pueden permanecer asépticos ante la maravilla de su paisaje y lo describen apasionada y bellamente. El primero es el carmelita de comienzos del siglo XVII, A. Vásquez de Espinosa "Compendio y descripción de las Indias Occidentales" c.51, Washington, The Smisthosian Institution, 1948, pp.465-467

Es de las más regaladas del mundo, y parece un pedazo de paraíso terrenal, todo el año está florida y llena de frutas, tiene una ribera muy buena y alegra mucho las huertas o chacras de perales, duraznos, manzanos y las demás frutas de España y de la tierra, que cierto cuando estuve en ella me pareció lo primero y mejor del mundo por el buen sitio, temperamento y lindas aguas que tiene a vista de la ciudad cerca de ella hay muchos pueblos a una y a dos leguas a más y a menos, en alegres y fértiles valles por donde vienen ríos de dulces y cristalinas aguas, que además de las huertas y frutales que tiene se siembra y coge mucho trigo, maíz, garbanzos y habas, y otras semillas de España y de la tierra, la principal cosecha es por Navidad, llegando a esta ciudad por este tiempo, vi una parva de trigo en una era, que sólo tenía las espigas de trigo, que siegan como no hay necesidad de paja en aquella tierra y a la hora de vísperas vi entrar en ella dos correos de indios e indias por las manos tomados cantando y holgándose

En segundo lugar, la novelista María Nieves y Bustamante en el prólogo-presentación de su obra Jorge o el Hijo del Pueblo –donde Arequipa se presenta como una ciudad con "denominación de origen", con identidad bien definida:

"Tal es Arequipa, la ciudad mística y guerrera, poética y religiosa [...] en todo ofrece los contrastes más sorprendentes; pero resueltos en una armonía superior y grandiosa. Es risueña su campiña; pero amenazante el cráter de su volcán; es benigno su clima, pero son espantosos sus terremotos; y mientras el cielo le sonríe dulcemente, braman en las entrañas de su suelo mil ríos de líquida lava en la lid; y la que corre al pie de los altares humillada y penitente cuando siente sobre sí el brazo de la Justicia Divina.

Ella tiene la fiereza del león y la dulzura de la paloma. Aquí se siente el bélico sonido del clarín, la descarga atronadora del cañón, la violenta sacudida del terremoto; y aquí turba el silencio apacible de la noche de la dulcísima melodía de la flauta, la tristísima cuerda de la guitarra y el doloroso o apasionado canto de todo el que sufre o ama. Esta es la patria de Bolognesi, el héroe mártir de Arica; y aquí se meció la cuna de Melgar, el poeta de la pasión y del dolor. Todo es extraordinario, elevado y misterioso; pero todo tiene un encanto: la Poesía; todo lleva un sello: ¡la Grandeza!"

Y por último el magistral polígrafo y gigante misionero franciscano catalán P. Elías PASSARELL en Las glorias de Arequipa Arequipa, 1895 pp.24-27

¡Arequipa! no concluiré de cantar tus glorias sin manifestarte la grata impresión que experimenté cuando te vi por vez primera. Desde que los primeros rayos del naciente sol iluminaron tus hermosos edificios y a beneficio de ellos pude distinguirte en mi viaje, no puede separar de ti mi vista. ¡Ah! te presentaste a mi imaginación como una augusta emperatriz sentada sobre su trono, arrullada por el dulce murmullo del afortunado Chili, dominando la verde campiña que te rodea, y coronando la enseña de la redención la nevada frente del Misti, no pude menos de exclamar: " He ahí la ciudad de la fe, de la industria y de la ciencia; la ciudad católica por antonomasia, la Roma americana; esa es la renombrada Arequipa!...inspírate en su historia, recuerda su tradición, vive de su espíritu, profesa sus mismas doctrinas y procura que tus proezas como las suyas se registren con orgullo en los anales del Perú.

Lo ilustro con las fotos tomadas la semana del 7 al 14 de febrero del 2011. Las primeras, bajo el Puente Fierro; otra, desde la Casa de Retiro de la Divina Providencia, por San Lázaro, junto a la Universidad San Pablo; la Beata Sor Ana de los Ángeles; Santo Toribio en el Seminario de San Jerónimo; con un colega historiador, Lic. Álvaro Espinoza en la Plaza de Armas.

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