jueves, 5 de marzo de 2009

LA SEMANA SANTA DE SANTO TORIBIO

En su tiempo salían hasta cinco procesiones, a saber. El miércoles por la noche, de Santo Domingo, partía la de los Nazarenos cubiertos de sus túnicas moradas y con las cruces en los hombros. El jueves por la noche, del mismo convento, salía la cofradía de la Veracruz, acompañada de indios, negros y mulatos, con más de mil penitentes; del convento de San Agustín salía la imagen del Santo Cristo de Burgos. El viernes por la noche la llenaban las procesiones de Nuestra Señora de la Soledad, venerada en la basílica de la Merced; otra, de carácter penitencial, desde San Francisco; la de la sagrada reliquia desde Santo Domingo a la Veracruz, con asistencia de las máximas autoridades civiles, el virrey y los oidores. El domingo de Pascua, la procesión salía de San Agustín.

Sin duda, que el santo participó y promovió estas prácticas de devoción popular. El Jueves Santo por la mañana celebraba de Pontifical y consagraba los Santos Óleos. Al acabar el Oficio se iba al palacio donde daba de comer a doce indios pobres, sirviendo él mismo los platos y la bebida. A las dos se sentaba a comer un poco de pescado cocido en agua. A las tres volvía a la iglesia y lavaba y besaba los pies a los doce indios; a cada uno daba un vestido, un paño de manos y una limosna. Luego asistía a la publicación de la Bula de la Cena y en el Coro a las Letanías. Se recogía en su cuarto a rezar, tomaba su  pan y agua y a las doce salía con dos criados para recorrer las Estaciones, regresando al amanecer.

 

Reposaba un poco y el viernes de madrugada se iba a la Iglesia donde se estaba en oración delante del Santísimo Sacramento hasta que  empezaban los oficios que presidía de ordinario. A la una del día, seguía con su régimen de mantenerse a pan y agua y hasta el sábado a la misma hora lo pasaba en ayunas. Cuentan los testigos que por estas fechas repetía mucho las palabras escuchadas al popular predicador P. Lobo, en Salamanca: "Juicio, infierno, eternidad", “Antes reventar que cometer un pecado venial”.

 

 

Conviene resaltar que su muerte tuvo lugar justo en una Semana Santa, en concreto el día de Jueves Santo, 23 de marzo del 1606. A 12.000 kilómetros de su Mayorga (Valladolid-España) natal, con 64 años -desde los 40 en Perú- a sus gastadas espaldas, un hidalgo castellano se afana tambaleante a lomos de la mula "Volteadora" en llegar al pueblo de Saña. Aunque hace unos días, escribió desde Yauyos que sigue con las mismas fuerzas de mozo, como cuando salió desde Salamanca, lo cierto es que kilómetros antes, al llegar a Guadalupe, en el santuario de Nuestra Señora, comenzó a sentirse mal; sigue hasta Chérrepe y Reque, de donde se encaminó a Saña. Le acompaña su fiel escudero Sancho de Ávila que pronto se ve ayudado de una abigarrada muchedumbre de españoles, mestizos, indios y negros que ven en el Arzobispo un "Taita", un padre, y al que tienden sus manos para bajarle de la mula y colocarle en unas angarillas. Anochece en la antigua villa de Santiago de Miraflores, Toribio presiente la agonía en la humilde casa del párroco Juan de Herrera. El médico le advierte de su enfermedad mortal y procura aplacar sus dolores; Mogrovejo saca fuerzas de flaqueza y con sus ojos llenos de luz, exclama:

- ¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor!

Da como recompensa al buen médico lo único que le quedaba, su mula, y recuerda a sus acompañantes el compromiso de honor con su cuñado y limosnero Francisco de Quiñones de repartir entre los pobres lo que se obtenga de la venta de sus vestiduras litúrgicas. La noche no quiere acabarse, cuando tarda en romper la aurora. El enfermo sabe que es Jueves Santo, 23 de marzo de 1606 y pide ser llevado a la iglesia para recibir la Unción de Enfermos. Su capellán, Juan de Robles, con lágrimas en los ojos, no acierta a concluir. Toribio, más tranquilo, pide al prior agustino que taña el arpa. Fray Jerónimo Ramírez no se hace de rogar y acompaña el suave canto del agonizante:

- A Ti, Señor, me acojo:... En tus manos encomiendo mi espíritu.

Y se durmió, sin apenas un murmullo, cuando despertaban las alondras de su tierra. Blancos, negros, indios y mestizos, microcosmos con todas las razas, lloran por el último vuelo de esta blanca paloma de paz que defendió su libertad y apostó por su hermandad.

 

(Agradezco la foto del cuadro al Padre Eulogio Herrán, quien lo mandó pintar para su templo parroquial de Adoración Eucarística Perpetua (día y noche) "Santa Maria de Nazareth", ubicado en la esquina calle la Magnolia y el Rosal s/n Urb. los Sauces – Surquillo).

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